martes, abril 28, 2020

MAÑALICH, UN REBELDE CON CAUSA.




Guste o no a la izquierda, a un sector del Colegio Médico e incluso a actuales miembros del gabinete ministerial, Jaime Mañalich Muxi será recordado como el mejor ministro de Estado de esta segunda administración de Sebastián Piñera. Para sus innumerables detractores, la peor noticia que recibieron fue que, en una reciente consulta popular de la consultora CADEM, fue, por lejos, el mejor evaluado del equipo presidencial e incluso apareció mencionado como figura política “proyectable” para la elección de  Mandatario programada para octubre del próximo año.
Llegado el momento de las evaluaciones, con seguridad todos dirán que el titular de la cartera de Salud corrió con ventaja por ser el rostro visible y responsable de manejar en Chile la más grave crisis sanitaria vivida por el país en su historia, y todo ello  en un escenario político muy complejo, receloso y crispado como el actual. Pero no cualquiera estaría cumpliendo esa misión como lo hace este hijo de un matrimonio de inmigrantes catalanes.
Es cierto, a Mañalich le tocó tomar el fierro caliente de la pandemia, pero no cualquiera se hubiera manejado con la fortaleza, carácter y valentía que son precisos para hacerse responsable de una extrema  emergencia, en la cual la salud es sólo una parte del problema. Este licenciado de la Universidad de Chile no es únicamente un médico especializado en epidemiología en Canadá, sino también es master en economía de la salud, de tal modo que concentra mejor que nadie las variables sobre una realidad respecto a la cual hasta los más ignorantes se creen con el derecho a opinar y dar –según ellos- las recetas adecuadas.
El ministro de Salud inició su carrera profesional en el Hospital José Joaquín Aguirre de la Universidad de Chile, donde trabajó por quince años, tras especializarse en nefrología Posteriormente, realizó un máster en epidemiología clínica con mención en economía de la salud en la Universidad McMaster de Canadá, cual adivino, precisamente las dos áreas en que ha debido manejarse durante la pandemia.
Es odiado –así de claro- por la izquierda desde que fue ministro, también de Salud, en el primer Gobierno de Piñera. En este, su segundo período, al cual accedió para suceder a su colega Emilio Santelices el 2019, ha sido una de las pocas excepciones del gabinete ministerial –junto con Marcela Cubillos- que no se ha rendido ni venerado a la oposición. Es contestatario y poco o nada le importan las confrontaciones “porque no hago cálculos ni saco cuentas acerca de un eventual futuro político. 
En enero de este año, cuando aún la extrema izquierda, la Mesa de Unidad Nacional y la oposición alentaban la insubordinación extremista que demolía espacios públicos, fue el único que se tomó en serio la crisis sanitaria que nacía  en China. Mientras el país parecía disfrutar con las marchas y la destrucción de Plaza Baquedano y se entretenía con los ‘memes’ chacoteros dedicados al incipiente virus, el doctor Mañalich advirtió que se trataba de una pandemia inigualable y que llegaría a Chile, para lo cual  alistó a un sistema público de salud carente de camas de urgencia y de ventiladores mecánicos. Públicamente, reveló su temor de que “al segundo mes de curva ascendente de contagios tengamos a 50 mil personas contagiadas”, ello, basándose en el estudio del avance epidemiológico en otros países. Hoy, la población es testigo de que gracias a las prevenciones asumidas por el ministro, las cifras temidas son notablemente menores.
Como lo suyo no resultó un fracaso, sino derechamente un ejemplo de anticipación, sus enemigos  no se lo perdonaron, iniciando en su contra una campaña de hostigamiento y de juzgamiento público. El Colegio Médico, a cargo de una frentista, pidió sacarlo del cargo.
El Presidente no demoró, una vez más, en caer en su inocente cambalache político, y convocó a una mesa asesora de ‘expertos’ que, con excepción del doctor Enrique Paris, se dedica a aportillar la labor del ministro y de criticar al Gobierno en lo que sea.
A mediados de marzo, ya Mañalich no descartó que “haya que suspender el año escolar por la imposibilidad de clases masivas presenciales”, pero a fines de abril, el MINEDUC anuncia que “volverán  gradualmente los escolares a las aulas”, anuncio hecho por quien de pandemia sabe tanto como de coherencia política. La frentista presidenta del Colegio Médico exigió “cuarentena total en el país”, a lo que el Secretario de Estado respondió con cuarentenas parciales, dinámicas y rotativas, dependiendo del surgimiento de focos. Su argumento: “el confinamiento absoluto está originando severos daños a la salud mental y ha crecido la violencia intrafamiliar”. Ahora, los mismos y fanáticos ediles partidarios de los encierros están probando la apertura de centros comerciales…¿Quién es el que se contradice?
El inefable Mario Desbordes (RN) le reprochó por ignorar que “forma parte de un gabinete y debe comportarse a la altura”, pero es un orgullo para Mañalich distinguirse del pobrísimo promedio de sus colegas ministros. Fue recriminado “por aperturista”, al comentar ser partidario de que “dos o tres amigos, con mascarillas, se reúnan a tomar café para distender los efectos de las restricciones”. Dice: “no importa si el médico que está en el quirófano sea pesado o simpático, sino que saque adelante y salve al paciente al que está interviniendo”.
Lo increíble de esta travesía por el virus es que ha sido el propio Gobierno el que le pone  piedras en el camino a Mañalich. Mañalich solicitó no ser rodeado de asesores para reducir al mínimo las opiniones, y en su mayoría provenientes de neófitos (“los alcaldes sólo andan detrás de votos”). Pero…el ministro del Interior le diseñó un sistema de conexión directa con los ediles para que se entendiera mejor con éstos. Uno de ellos ni siquiera sabía que en su comuna tenía un ghetto de inmigrantes haitianos ilegales, pese a que hace un año, por instrucciones de La Moneda, se cerró el plazo para que extranjeros clandestinos regularizaran su residencia. Otro dolor de cabeza  que no debió ser para él. 
Como  todo médico, Mañalich es soberano de sus decisiones y trabaja con su equipo y de total confianza. Ninguno de sus colegas necesita asesorías más allá de las de su absoluta confianza. Él es el responsable y, como tal, es él quién debe responder, de modo tal que echarle al hombro decisiones de otros que no le merecen confianza, es más que un riesgo. Si lo ha hecho bien, como lo demuestran los hechos y las encuestas, carece de sentido y de criterio ponerle piedras en el camino, y, para peor, por parte  del propio Gobierno.

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