DESPUÉS DE PENTA Y CAVAL, ¿QUÉ?
Recientemente las chilenas y chilenos han sido testigos de que “los poderosos también caen” en un clamor que no necesariamente proviene de ese mundo de “poderosos” sino del “power to the people”, uno donde la ciudadanía alza la voz y exige justicia. Y es que el caso Penta ha sido sólo el comienzo de una olla a presión que poco a poco deja entrever a la opinión pública lo que se ha venido cocinando desde hace largo rato, en nuestras narices, no dejando espacio incluso para “raspados”.
En el caso de Penta la justicia ha hecho lo suyo, ni más ni menos. Quienes han cometido fraude hoy se encuentran encarcelados y otros, gracias a su “disposición y colaboración”, hacen lo propio pero con arresto domiciliario y orden de arraigo nacional. Porque seamos honestos: entre pasar los días de detención en el anexo capitán Yaber o en la comodidad de sus hogares, preferentemente ubicados en el sector oriente de la capital, no hay donde perderse. Pero bueno, justicia es justicia.
Como sea, y en virtud de dar una señal clara a la ciudadanía, el gobierno promovió la creación de una Comisión Asesora para regular la relación entre dinero y política. Esta comisión, que bien podría ser como un back to school para la clase política en términos de lo (in)debido, (in)correcto y como ser personas de intachable probidad, pareciera ser casi un chiste de mal gusto, un stand up propio de la comedia negra: Porque es ni más ni menos el Ejecutivo, luego de vivir su mayor crisis a partir del (y llámele como quiera, total el fondo es el mismo) caso Dávalos – Luksic / Caval / Nueragate, quien busca promover las buenas prácticas en la actividad público – política. Recordemos, de paso, lo que ocurrió con el último otrora paladín y pregonero de “terminar con las malas prácticas”, pero así es la política.
En el caso particular de Caval, donde quienes esperan que el hijo más cercano de Bachelet devuelva los 2.500 millones sería mejor que se fueran a encrespar sus cabelleras o algo por el estilo, lo que se mancilló no sólo fueron los principales bastiones del actual gobierno, tales como igualdad y lucha contra la desigualdad, sino que el hecho terminó siendo una retroexcavadora letal que sustentaba, en un hilo muy delgado, la relación de confianza entre el mundo político y la ciudadanía. Para muestra basta con revisar sondeos de opinión pública donde, hoy por hoy, no existe un sólo sector que congregue adhesión generando que los conglomerados políticos se disputen las migajas en vez de trabajar por reconstruir las confianzas.
Si revisamos nuestra historia, de la cual basta sólo hacer un chequeo desde el retorno a la democracia en adelante, varios han sido los casos donde se ha puesto en tela de juicio la relación entre dinero, política y confianzas. Pero lo importante de toda crisis es que siempre representa una oportunidad para hacer las cosas bien y, en el actual contexto en particular, renovar los vínculos ciudadanos. No olvidemos que durante las elecciones de 2013 el sistema constató que un 60% de los votantes no quiso participar en el proceso. En este sentido pensar que el culpable de aquello sería el voto voluntario obedece al afán político de querer tapar el sol con un dedo y no entender que la acción de sufragar requiere necesariamente de candidatos que representen a sus electores, que los motiven y para eso los primeros tienen que hacer su trabajo no sólo durante el período eleccionario sino también una vez ungidos en sus cargos porque de eso trata el servicio y la vocación pública.
En los hechos, y tras los casos Penta y Caval, nada garantiza que el sistema recupere su equilibrio y mantenga su estabilidad. Por lo mismo las interrogantes surgen espontáneamente porque no se trata de la primera o la última vez que somos testigos de cuestiones similares. De aquí en más bien vale preguntarse: Después de todo esto que ha ocurrido y donde el quiebre de las confianzas resulta evidente ¿Qué vendrá después?
Rodrigo Durán Guzmán.
Periodista y Magíster © Comunicación Internacional.
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