REPÚBLICA "BONONERA".
“Este espectáculo lo observamos en Chile y en otros lugares que se califican de repúblicas bananeras”, decía el presidente de la Corte Suprema, refiriéndose a las críticas de autoridades del gobierno anterior a ciertos fallos judiciales. Aunque agregaba diplomáticamente: “Con todo respeto de estas repúblicas”.
Cabría preguntarnos si lo que nos acerca a ese peyorativo concepto no es más bien la costumbre que se ha ido generando en la clase política de conseguir aplausos por la asignación de sumas directas de dinero a un grupo de personas que la burocracia estatal ha clasificado como más vulnerables. Es la idea del bono: “bono bicentenario”, “bono marzo”, “bono invierno”, “bono permanente”. Vamos camino a ser una república “bononera”, si se nos disculpa el neologismo.
Es sintomático que la primera ley de la administración Bachelet, aprobada por el Congreso en apenas una semana, haya sido para otorgar y dar permanencia al “bono marzo”.
Muchas críticas pueden hacerse a este tipo de bonos: alientan el caudillismo, favorecen la corrupción y constituyen una forma de asistencialismo populista. Se privilegian los sonoros efectos de una medida cortoplacista por sobre políticas sociales menos vistosas pero con efecto real y duradero en la disminución de la pobreza, como las que apuntan a mejorar educación, capacitación y empleo. Además, provocan una especie de adicción irrefrenable para políticos y gobernantes.
Piénsese que lo de los bonos partió en el mandato de Ricardo Lagos, que concedió cuatro: entre ellos, uno de Fiestas Patrias; siguió luego en el primer gobierno de Bachelet, que otorgó cinco e inauguró el “bono marzo”. Sebastián Piñera incluyó la oferta del “bono marzo” en su programa de campaña y terminó concediendo otros cuatro. En su nueva candidatura, Bachelet no podía quedarse atrás: “lo tuyo y dos más”, pensaría frente a su antecesor; anunció que si resultaba electa, no solo daría el bono en marzo de 2014, sino que lo haría permanente. Y así fue.
Es significativo que el proyecto no haya tenido ni un solo voto en contra en ambas Cámaras. La oposición, cuando más, recordó que es necesario crear empleo, pero se plegó a la iniciativa. Sabía que, después de lo hecho por su propio gobierno, tenía tejado de vidrio. Por eso, más que a expresión de un laudable consenso, la unanimidad huele a pleitesía para con la galería.
El diputado Gabriel Boric fue uno de los pocos que osaron cuestionar la política “bononera”. Sostuvo que la entrega de bonos era la negación misma de la idea de derechos sociales universales: “Se produce una precarización y negación de derechos -acotó-; el Gobierno se ahorra dinero, privilegia a los privilegiados y, además, se da el lujo de hacerse pasar por caritativo ante los más necesitados”. Sin embargo, terminó votando a favor. Al parecer, la rebeldía que exhibió al concurrir sin corbata y chaqueta a la primera sesión de la Cámara no le alcanzó para refrendar con su voto sus propias objeciones.
La Presidenta afirmó que anualizar el bono marzo combatía el populismo, ya que su otorgamiento no quedaría sujeto a la discrecionalidad de los gobiernos. Eso podrá ser respecto de este particular “aporte”, pero no respecto de su monto y de otras bonificaciones que pueda crear la fértil imaginación política, sobre todo en un país de catástrofes como el terremoto que acaba de asolar la zona norte. Tal como a los aficionados a la bebida nunca les falta motivo para brindar –bien para celebrar el triunfo del equipo, bien para consolarse por su derrota–, tampoco faltarán pretextos para nuevos bonos. Y ahora quedará instalada la idea de que otros bonos excepcionales pueden transformarse en permanentes.
La cosa no tiene buen pronóstico. Se ve que lo de la república “bononera” ejerce una atracción fatal para políticos de todas las tendencias. Podría aplicarse lo de Parra: “izquierda y derecha unidas jamás serán vencidas”. Tal vez ellas no, pero ¿y los pobres?
Hernán Corral Talciani.
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