LA DERECHA GALLINA.
Era una gran oportunidad, y la derecha había tenido pocas en el último tiempo. La reforma tributaria no tenía apoyo ciudadano y había despertado, además, el interés de las personas en temas áridos que por lo general no entienden y que, con absoluta falta de astucia, la derecha solía utilizar como ‘argumentos’. El efecto eventual de un aumento de impuestos en el crecimiento, la importancia de la existencia de incentivos para el ahorro y la inversión, en fin… era una gran oportunidad, la oportunidad para la derecha de tener una victoria cultural.
Desperdició, no obstante, la ocasión; y concurrió con su firma (de manera entusiasta) a un protocolo de acuerdo que, a lo sumo, aminorará el daño a la economía que habría producido la reforma tributaria en su versión original, pero que no dejará por eso de ser mala. Avaló, en definitiva, una reforma que pone a Chile por sobre el promedio OCDE en materia de tasas impositivas, sin considerar que el país no tiene ni trabajadores, ni ingresos, ni productividad, ni educación OCDE, como le oí decir a alguien.
El tema, sin embargo, no es la reforma tributaria sino la ceguera de la derecha. Su incapacidad para darse de cuenta de que, bajo ningún punto de vista, podía presentarse como coautora de un proyecto, aun cuando hubiera logrado realizar cambios significativos en ella. El precio de “la foto” fue (aunque sus líderes no se den cuenta todavía de ello) demasiado alto. ¿O algún ingenuo cree que, después de esa puesta en escena, podrá la derecha decir que cree en el crecimiento como el motor del progreso, y no en el aumento significativo de impuestos? ¿O que estará en posición de explicar, aunque solo sea en parte, una merma en el crecimiento a propósito de esa iniciativa del Gobierno?
Era una gran oportunidad. La oportunidad de que la derecha instalara, por ejemplo, el concepto de “contribuyente”, a fin de que el ciudadano promedio comprendiera que tiene derecho a exigir, de parte de quienes administran recursos fiscales, una rendición seria de cuentas. Porque hasta ahora, cuando un funcionario se equivoca o abiertamente roba, el que termina pagando los costos es el Estado, pero nadie parece entender que el dinero del Estado es el dinero de los “contribuyentes”, o sea, de los trabajadores del país.
Era la oportunidad, también, para que la derecha trajera a colación la costumbre de los Gobiernos de pagar favores poniendo a operadores políticos en cargos donde pueden cobrar altas “comisiones” por la administración de recursos ajenos. Pequeños o grandes recortes que, en último término, desvían recursos de los chilenos para fines ajenos al bien común, y que no justifican la confianza que éste tiene en el Estado, como espacio libre de corrupción (confianza que, por cierto, la izquierda se ha preocupado de promover, precisamente porque lucra de ella).
La derecha podría también (debería, en realidad) haber defendido a muerte la idea de que ser rico y tener una empresa es un mérito, y no algo que deba ser penalizado por la vía de los tributos, como si producir riqueza fuera algo así como generar emisiones de CO2. La derecha renunció, una vez más, a decir que las fortunas mal habidas deben tener pena de cárcel, porque las prácticas que las hicieron posibles no se reparan con impuestos (impuestos que, por lo demás, pagamos todos). Porque la colusión, el uso de información privilegiada y las prácticas contra la libre competencia, afectan la fe pública, y los defensores teóricos del libre mercado deberían ser los primeros en levantar el dedo acusador en casos como esos, para poder después cuestionar reformas como la tributaria con algo de autoridad moral.
Era una gran oportunidad, una oportunidad única. Por primera vez, desde hace ya mucho tiempo, la pelota estaba en el área de la derecha. ¿Y qué pasó? Su tradicional espíritu de fronda, su defensa de intereses corporativos, sobrepasó los ideales que tiene cuando no hay costos sociales o económicos que pagar. ¡Cobardes!
Teresa Marinovic.
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