DESPUÉS DE DIOS, YO.
Cuentan sus biógrafos que el Presidente de la República -el actual-, fue siempre un individuo sin apegos ni lazos de cordialidad con el resto de su numeroso grupo familiar. No forjó amistades durante su paso por el colegio Verbo Divino y recién conoció un método parecido a la sociabilización cuando hizo sus primeros negocios: camaradas del ex Banco de Talca recuerdan que solía compartir los viernes en austeras cenas, en forma rotativa, en sus casas. Apenas independizado en su máquina de generar ganancias con sus hábiles movidas accionarias en las Bolsas del mundo, entendió que no había más garantía de seguridad que navegar en solitario por el mundo de las finanzas. Tal como alguna vez lo escribiera Eugene O’Neill, “la soledad del hombre no es más que el miedo a la vida”, y eso es así en su caso, porque desde muy joven se planteó el desafío de ser millonario, muy rico, y, para evitarse riesgos, optó por recorrer solitario el camino hacia el éxito añorado.
En su objetivo, los afectos podían obstaculizarlo, y prueba de ello es su conocido hábito de salir de casa a las 7 de la mañana y regresar cerca de las 23 horas: “el trabajo me lo demanda”, dice sin soltar el móvil, su más entrañable e indispensable de sus amigos. El resonante éxito en sus negocios -que lo catapultó a la cuarta fortuna personal del país y a las 600 en el mundo- lo convenció de que sus decisiones eran -aunque ya no- las mejores y, por tanto, irrebatibles.
El primer año de éste, su segundo Gobierno, lo pasó ocupado en hacer crecer la economía nacional, para situar al país en un emergente de verdad, ello entremedio de continuos viajes para codearse y fotografiarse con líderes mundiales y convertirse en paladín medioambientalista, en su íntimo convencimiento de que después del 11 de marzo del 2022, estaría iniciando su viaje hacia la Secretaría General de la ONU, quizás el más grande de todos los anhelos de grandeza que han empaquetado su existencia. Pero - obviamente sin consultarlo con nadie- tomó la peor decisión de su vida, sin siquiera sospechar el costo que le iba a traer: instalarse en la frontera colombo/venezolana a gritarle a Nicolás Maduro que renunciara. De todo el mundo, apenas dos Mandatarios estuvieron en esa parada, y uno fue él. Automáticamente, no sólo el dictador y su séquito chavismo le prometieron pasarle la cuenta, sino se echó encima a todo el socialismo internacional y, con especial énfasis, al Grupo de Puebla, ex Foro de Sao Paulo, inventor y sostenedor de la subversión zurda en Latinoamérica.
Política y humanamente, el Presidente ‘murió’ el 18 de octubre de 2019, cuando se concretó la pasada de cuenta prometida y organizada en Caracas por Nicolás Maduro, con la presencia muy potente de activistas venezolanos en las revueltas posteriores al Golpe, cuyo objetivo fue, irrebatiblemente, sacarlo de La Moneda. Más temprano que tarde, ello lo confirmaron formalmente varios subversivos y lo reveló en el templo republicano de Chile, el Congreso Nacional, la diputada Pamela Jiles.
Estuvo días sin asistir a La Moneda y su miedo se agudizó cuando se percató de que los militares en la calle no actuaron para disolver las violentas manifestaciones, luego de decretar un Estado de Excepción fallido y que de nada le sirvió, porque muy luego la oposición, consciente de su situación pendiendo de un hilo, le ofreció un acuerdo, y él lo aceptó: entregar la Constitución y comprometerse a cogobernar con la oposición parlamentaria. Con su ego destrozado, con sus aires de triunfalismo transformados en derrota total y con su poder atomizado, no tuvo más atajo que resignarse a esperar que el tiempo pase a la espera del 11 de marzo del 2022.
Antes del 18/O pudo gobernar con mayoría opositora en el Congreso; después del intento de su derrocamiento, no puede hacerlo. En sus manos estuvo el cortar de raíz la subversión de haber apelado a las facultades que le otorga al Ejecutivo la Constitución: no sólo la desprecio, sino terminó regalándola. Ahora recurre a ella para defenderse y el TC le da un portazo terrible.
Hoy, el Presidente sabe que no manda, que no le creen, que sus partidarios -acusándolo de traición- le dieron vuelta la espalda y que tiene que vivir agradeciéndole al Congreso opositor, teme que en cualquier momento pueda saltar de su sillón. Está solo el Presidente porque no supo valorar a la gente que estuvo a su lado, ni a los lejanos, los “fachos pobres”, según Camila Vallejo, que votaron por él y a la siempre fiel centroderecha, a la que le dio vuelta la espalda.
Inteligente al fin y al cabo -casi un genio para su reducido grupo de confianza- sabe, mejor que nadie, que se halla aislado y fue ello, más una miserables aprobación popular de un 9%, lo que lo indujeron a pedir ayuda a Chile Vamos, su propia coalición, para salir del cubo hermético en que se metió por imponer su voluntad en la pugna por los modos de ayuda a los millones de compatriotas severamente dañados por los efectos socioeconómicos de la crisis sanitaria.
Ese 9%, que alguna vez fue peor (7%) nada tiene que ver con el manejo presidencial de la epidemia –pese a sus múltiples contradicciones-, sino a su falta de coraje para implementar auxilios universales y sin condiciones a quienes están en ruinas personal y comercial por las restricciones, la inmovilidad ciudadana y por la carencia de dinero en los bolsillos.
Los colgajos de su orgullo sufrieron todavía más cuando una gran mayoría de los suyos votó en contra de su capricho. Constatado este nuevo revés y otra vez con asonadas callejeras retumbándole en sus oídos, recurrió a sus partidos para urdir algún tipo de escape desde el túnel en que se metió por decisión propia.
Personalista insaciable, el Presidente, quien nunca ha hecho gala de olfato político, parece no darse cuenta de que la coalición que lo acaba de sacar del pantano, está en vías de desafíos trascendentales por las elecciones, de todo tipo, programadas desde mayo hasta diciembre. Sus decisiones, lamentablemente desacertadas desde que se rindió ante el adversario para continuar en La Moneda, casi todas, incluso las sanitarias, han ido y van en sentido contrario a lo que consta en cualquier manual electoral.
Aprovechándose de las circunstancias, la izquierda opositora le pide al Presidente que “ordene” al oficialismo, y ello en un afán sólo de escarbar más en la herida, porque todos saben que Chile Vamos hace tiempo –desde noviembre de 2019- empezó a tomar sus propias decisiones, porque las suyas no suelen coincidir con las del Mandatario y éste, a su vez, no consulta a nadie antes de resolver. En este último episodio de darse otra voltereta, el Mandatario estuvo a punto de provocar, él mismo, una crisis en su Gabinete y en forma inaudita obligó a sus ministros a enviar una carta a un periódico para demostrar unidad…
La oposición siempre al acecho, le pide al Presidente que le entregue la gobernabilidad íntegramente al Parlamento, aunque, en la práctica, casi la tiene, pero lo que debiera hacer, en beneficio real del país, es traspasársela al conjunto de partidos oficialistas, y él sólo sentarse a observar desde lejos, para, de ese modo, poder enfrentar con alguna esperanza de éxito el largo ciclo de elecciones que vienen. Es potente decirlo, pero es la realidad: un 9% de aprobación popular es como si el Presidente no existiera.
Raúl Pizarro RiveraVoxpress.cl
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