RESENTIMIENTO: ¿ARMA POLÍTICA O INSTRUMENTO DISUASORIO?.
“Entre los pecados capitales no figura el resentimiento y es el más grave de todos; más que la ira, más que la soberbia”, solía decir don Miguel de Unamuno. En realidad, el resentimiento no es un pecado, sino una pasión; pasión de ánimo que puede conducir, es cierto, al pecado, y, a veces, a la locura o al crimen.
Sabemos, y existe mucha documentación, que la política es manipuladora y que los políticos, para ser exitosos, deben conocer bien el manejo emocional de las masas. No por nada conceptos como el de “inteligencia emocional” están a la cabeza de los estudios que se llevan a cabo para definir estrategias y mensajes políticos. Sintéticamente, se busca que la emoción predomine sobre la razón y, de esa manera, poder conducir la masa social con mayor facilidad al destino que sea preciso.
En paralelo, existe la figura del resentido: aquel que siente que la sociedad le ha negado sus justos derechos. Sociedad o grupo de individuos, mismo da, ya que son conceptos telescópicos que se pueden acercar o alejar a voluntad. El resentido a medida que va ascendiendo en la escala de poder aprende a ocultar de una manera cada vez más hábil sus metas y va dosificando sus acciones con el objeto de lograr sus objetivos. Aprende a manipular al individuo o al grupo y puede desarrollar un proceso para anular en ellos la razón. Es decir, un uso muy depurado de la inteligencia emocional.
Ejemplos históricos hay muchísimos: líderes como Adolf Hitler o Pol Pot de Kampuchea son ejemplos clásicos de maestros en la manipulación de masas que anidaban en su ser sentimientos de profundo resentimiento, que supieron ser potenciados y traducidos a proyectos políticos desastrosos para ellos y para sus sociedades.
El resentido busca anular en el otro todas sus carencias y los elementos positivos de su personalidad.
Elementos combinados de inteligencia emocional y resentimiento subyacen en los procesos políticos del día de hoy. El proceso del Chavismo Venezolano es uno de ellos. Paulatinamente y con enorme habilidad e insidia se fueron transmitiendo mensajes disgregantes para la sociedad: que si los ricos, que si la explotación… en fin, la búsqueda perenne del chivo expiatorio para los males de un país que no ha sabido enmendar rumbo de manera eficaz para cumplir, no ya el mandato de un pueblo, sino los deseos de bienestar, paz y tranquilidad que desean la mayor parte de los ciudadanos de cualquier nación del mundo.
Es que al final recurrir a la consigna y a la manipulación social mediante frases vacías, pero de gran contenido emocional, es más fácil que diseñar políticas apropiadas y llevarlas a cabo en forma profesional dentro de un marco de reglas democráticas y de un contexto social donde la información fluye con rapidez y transparencia.
En política, el elemento fundamental de participación es el debate, la confrontación de ideas, ya sea en el Parlamento, en el seno del Gobierno, en los mismos partidos políticos o en las diversas y múltiples instancias de la sociedad civil. Pero se requiere un debate ilustrado y con altura de miras. Si se cae en la descalificación y en la consigna, no solo se empobrece la instancia participativa, sino que también muere la posibilidad de obtener resultados provechosos.
El caso del Khmer Rojo de Pol Pot es paradigmático: Un conjunto de individuos se hace del poder en su país y desarrollan un proceso de cambios basado en la ignorancia más salvaje de los conceptos básicos de gobernabilidad y sociales. Baste señalar que sus principales enemigos eran la “casta de profesores” que fueron virtualmente eliminados de Cambodia. No se toleraba el disenso porque ponía en manifiesto la soberana estupidez de sus gobernantes. El paroxismo llevado a su límite humano. Pero muestra la frontera visible de la manipulación política a base de consignas, eslóganes, medias verdades, lucha social, etc., etc.
Del momento en que conocemos una frontera, se demuestra lo que es posible. De allí que es de suma importancia conocer los procesos históricos, insistir en el debate informado y razonado, desdeñar los slogans de marchas y manifestaciones financiadas por terceros. Las exigencias y programas que se redactan con el corazón y no con la razón: La política no puede transformarse en una teleserie.
De la lectura matutina de nuestra prensa, en el aquí y en el ahora, emana una vaharada de lugares comunes: segregación, ricos versus pobres, guetos, lo uno y lo otro: ¿creemos que con este conjunto de términos se sientan las bases objetivas para conseguir un consenso para la deseada evolución y perfeccionamiento? ¿O es más bien un atajo (que nunca se sabe donde desemboca), producto de la manipulación de nuestras emociones para parte de una élite?
En una época en que el conocimiento y la experiencia acumulados son enormes, para cualquier tema imaginable: ¿No preferimos hacer las tareas bien hechas?
Enrique Subercaseaux.
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