LA DEMOCRACIA CRISTIANA EN UNA NUEVA ENCRUCIJADA.
Los partidos políticos experimentan una grave crisis y la Democracia Cristiana no es la excepción. En efecto, ella parece tener dificultades para reencontrarse con sus ideas y transmitir un sello distintivo que pueda conectar con la ciudadanía. Pero, paradójicamente, hoy se abre una oportunidad única para marcar esa identidad. Y es que en momentos de crisis, se debe recurrir con fuerza a los principios. Así, en este tiempo de confusión, vale la pena que la Democracia Cristiana recuerde los que le da fundamento: la promoción de la dignidad humana y el valor de la comunidad. No son estos conceptos etéreos. Muy por el contrario, en la contingencia tienen un significado claro, en diversas esferas. Esto se puede ilustrar, por ejemplo, a través de un contrapunto entre dos asuntos relevantes en debate: la ley de aborto y la reforma laboral.
Veamos.
Una mirada restrictiva hacia la organización sindical pero abierta a la legislación del aborto, la entrega Ciudadanos, Amplitud, la derecha liberal; una mirada restrictiva tanto ante el aborto como ante el fortalecimiento de los sindicatos, la promueve la UDI, la derecha conservadora; en fin, una postura proclive a la liberalización del aborto y a la intensificación de la organización sindical, la sostiene el PPD, algunos sectores del PS, la izquierda liberal.
¿Y la Democracia Cristiana?
Hasta el momento, en estos asuntos esenciales, la Democracia Cristiana se ha mostrado ante la opinión pública como un partido “moderador”: algunas semanas menos de gestación para permitir el aborto o unos cuantos trabajadores más para formar un sindicato. Por cierto, promover la gradualidad y la moderación puede ser un aporte a la política. Pero la Democracia Cristiana no es solo eso y, si es solo eso, su existencia es irrelevante. La Democracia Cristiana solo tiene sentido de existir si ofrece a la sociedad un proyecto distinto y distinguible de los proyectos de los demás partidos. De los rivales, por supuesto que sí. Pero también, en algunos asuntos, de los aliados. No un “promedio” de las demás posturas existentes, sino que algo diferente: una alternativa a los proyectos liberales y conservadores; una vía de superación del eje izquierda/derecha.
En efecto, la Democracia Cristiana tendría que ser, en estos casos, nítidamente, para la opinión pública, un partido –representante de una determinada cultura, de una determinada visión del hombre y la mujer– que en una mano sostiene firmemente los derechos de los trabajadores y, en la otra, la defensa de la vida del no nacido y la protección de la maternidad. Ambas cosas se desprenden de sus principios fundantes y del correlato inclusivo de estos: la opción preferencial por el débil.
Hay materias donde la moderación es una virtud. En otras no es más que un vicio.
Avanzará la Democracia Cristiana con sus aliados en las trasformaciones sociales en que están de acuerdo, que no son pocas en lo político, económico y social; en lo demás, habrá una leal competencia. Esto es, en efecto, lo que esperan sus militantes y electores, esas personas ansiosas de vislumbrar una alternativa distinta y distinguible del binomio liberal/conservador. Aún más: solo así se puede construir un proyecto político para salir a convencer a aquellos ciudadanos que abultan las cifras de no votantes. Cualquier otra cosa es un centrismo intrascendente o una mala copia de proyectos ajenos.
Se trata, ni más ni menos, de ser lo que se dice ser. Y lo que la DC dice ser vale la pena serlo
Alexander Kliwadenko y Augusto Wiegand.
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