EL AVISPERO DEL POPULISMO.
Esta frase, tomada de las declaraciones de un economista entrevistado por un periódico de Santiago, muestra muy a las claras el auténtico zapato chino en el que Chile se ha metido, fruto de una demagogia irresponsable que con tal de ganar unos votos ahora, es capaz de torpedear una y otra vez la línea de flotación de este país.
En efecto, cual Caja de Pandora, los monstruos que ya han salido y tal como están las cosas podrían salir en el futuro de esta peligrosa técnica electoral, pueden ser la ruina de un país. Es por eso que no debe dejar de insistirse en la profunda irresponsabilidad –rayana en la mala fe– de persistir por este camino.
El populismo es como la violencia: se sabe dónde comienza, pero no dónde termina. De ahí que cual círculo, o mejor, espiral viciosa, va envenenando un país, al incitar el descontento por lo que sea y a la vez, ilusionar con promesas irrealizables, que una vez incumplidas, incrementan el descontento y hacen que la fiebre populista crezca y se haga cada vez más quimérica.
Además, un país que emprende este camino tiene cada vez mayores problemas de convivencia, divisiones más profundas, resentimientos más exacerbados. Por eso es un avispero: porque las avispas, incitadas por quien las despertó, se ponen cada vez más furiosas, lo cual es lo mismo que ocurre con el electorado enfervorizado por este fenómeno.
Pero la realidad es más fuerte, como siempre, y de seguir este camino, más temprano que tarde cualquier sistema colapsa, sencillamente porque las necesidades son infinitas (más aún con el populismo) y los recursos, pocos, inevitablemente pocos. Y como los que más obtienen son los que más presionan, los que más gritan (la “gritocracia” de la cual hablábamos hace poco), se produce una verdadera guerra, una auténtica rapiña por los recursos existentes entre los diferentes sectores en pugna, lo cual va dejando la gran mayoría de las verdaderas necesidades postergadas, o en caso de tomarse como bandera de lucha una necesidad realmente importante, acaba dejando un pozo de frustración, dadas las alocadas e irrealizables propuestas que se esgrimen para solucionarla.
El problema es que para salir de esta espiral, todos debemos contribuir y tener una visión de país que vaya más allá de las metas inmediatas a fuer de mezquinas en muchos casos. Esto significa, entre otras cosas, que la clase política no debe caer en la tentación de ser un títere de “la calle”, como se dice, y los grupos de presión dejar de pensar sólo en sus intereses; y obviamente, luchar para que estos dos factores no se potencien mutuamente, pues siempre ambos querrán tener la última palabra.
¿Seremos capaces de calmar este avispero del populismo?
Max Silva Abbott.
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