DE MAL A PEOR.
Las reformas estructurales tienen costos, pero el hecho de hacerlas simultáneamente y en forma desordenada los exacerban.
HACE ALGUN tiempo, el ministro de Hacienda declaraba que la economía iría de mal a mejor. No ha sido así. Ha ido de mal a peor y no es de sorprender. Es en parte la consecuencia directa de la caída en los términos de intercambio que ha sufrido el país, pero también de la incertidumbre innecesaria que han generado las reformas que se están anunciando e implementando. Reformas estructurales difícilmente se pueden hacer sin costos, pero el anuncio de una gran cantidad de reformas simultáneas, utilizando instrumentos inadecuados e implementadas en forma desordenada e improvisada, exacerban ese costo.
Es cierto que la población desea un país más inclusivo, con menos desigualdad y sin abusos. También es cierto que el programa de la Nueva Mayoría, para satisfacer tal deseo, consulta, entre otras cosas, una reforma educacional orientada a mejorar la calidad de la educación y a proveerla en forma gratuita. Y para financiarla, junto con algunos otros rubros presupuestarios, postula un significativo aumento tributario de carácter progresivo. Todo esto se lograría sin sacrificar el crecimiento económico ni -implícitamente- el estilo de vida al que los chilenos nos hemos acostumbrado en los últimos decenios.
El problema surgió con la implementación del mencionado programa, que dada una Nueva Mayoría con integrantes muy diversos, es simultáneamente el elemento que une en la acción a esos integrantes y una camisa de fuerza que restringe las opciones de política del gobierno.
En el caso de la reforma tributaria, los instrumentos propuestos por el gobierno produjeron un fuerte rechazo en la clase media e iban a producir efectos negativos en materia de ahorro e inversión. El proyecto se salvó gracias al hábil manejo de los integrantes de la Comisión de Hacienda del Senado.
En el caso de la educación, pareciera no existir un proyecto de reforma bien estructurado, más allá de sus objetivos generales, y mucho menos una estrategia para implementarlo en el tiempo. Se ha hecho común que el ministro de Educación anuncie medidas (parciales) concretas -la más reciente, un copago de tiempo indefinido- que luego debe retirar por oposición dentro de la misma Nueva Mayoría. Me recuerda un baile muy popular en tiempos de mi juventud: la raspa popular.
El problema de fondo es que la Nueva Mayoría planteó una serie de objetivos coherentes con las preferencias de la mayoría de la población, pero que definitivamente no se pueden lograr simultáneamente. Es más, al plasmar esos objetivos en reformas concretas, los instrumentos escogidos -con un claro sesgo nostálgico- no han sido del agrado de esa misma mayoría, que aspira a seguir progresando como lo hizo en décadas recientes y se ha acostumbrado a tener libertad de escoger.
Esa mayoría no desea, entre otras cosas, que le impongan nuevos tributos, que una lotería defectuosamente diseñada determine el colegio al que deben ir sus hijos, que la induzcan a escuchar determinados programas de música y, mucho menos, que le quiten la sal de la mesa.
Rolf Lüders.
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