LOS MISMOS DE SIEMPRE.
Al terminar su primer mandato, la Presidenta Bachelet tenía una enorme popularidad, la que sin embargo era un activo netamente personal, pues no impidió que la Concertación fuera derrotada. La gente se agotó de una coalición que había devenido en una trenza de “apitutados” en el aparato público, con su secuela de sectarismo, ineptitud y corrupción.
El activo era tan valioso, que bien administrado redituó en una arrolladora reelección. Bien administrado fue sinónimo de callar -exitosamente- que junto a ella estaban los mismos políticos de la Concertación. La campaña se hizo centrada en su persona y “pasando”, sin aclarar nada. Se creó una imagen de ensueño, en que todo lo malo del famoso modelo sería corregido por arte de magia y vendría entonces la igualdad, la inclusión, la reducción de las diferencias de ingreso, etc. Y todo lo haría ella sola, porque los políticos del sector no figuraron para nada. Mejor aún, lograron que la vieja Concertación fuera sustituida por la Nueva Mayoría, conformada por los mismos de siempre más el Partido Comunista. Las encuestas indican que la gente valora más ésta que aquélla, en un margen que supera el aporte del mero partido de la hoz y el martillo, cuando no hay gran diferencia.
Pero instalado el flamante gobierno, poco ha cambiado. Si bien en el gabinete ministerial hay caras nuevas y prometedoras, a nivel de subsecretarios comenzaron los problemas. Dos de ellos cayeron por simple sectarismo interno y otros dos por cuestionamientos de probidad o moralidad. Luego, vinieron las controversias en torno a cuatro gobernadores por situaciones relacionadas, de una u otra manera, con la probidad y el ejercicio anterior de una función pública, que tuvieron que ser sustituidos. También han surgido acusaciones respecto de otros gobernadores e incluso al reemplazante de uno de los caídos, que no está claro si tienen base u obedecen a una revancha de algún postergado. Tampoco los seremis se han escapado de los cuestionamientos. Llama la atención que antes las descalificaciones dentro del conglomerado no afloraban con tanta facilidad; sin duda hay más pugnas intestinas.
Asimismo, entregan luces de cómo vienen las cosas, las peticiones de renuncia a funcionarios de confianza, pero de carácter técnico, y algunos intentos de sacar a quienes no lo son. Si bien en los primeros la facultad legal existe, contradicen el espíritu del sistema de Alta Dirección Pública de tecnificar y despolitizar la administración del Estado, iniciativa que fue adoptada en la época de la Concertación. A la mayoría se les pidió sin más la renuncia. Según los relatos, las conversaciones (para los que tuvieron esa oportunidad) siempre terminaron en un más o menos explícito “necesito el puesto”. Agreguemos los despidos de quienes estaban a contrata u honorarios, incluido personal meramente administrativo. Cuatro años sin pegas públicas han aumentado la presión de los partidarios por lograr un cupo.
Para los que encantados con la sonrisa y empatía de la candidata de la Nueva Mayoría, que la eligieron pensado que todo sería distinto de la vez anterior, se deben desayunar que no ha llegado sola; vienen con ella los mismos de siempre y con las mismas prácticas. Y quizás peor.
Axel Buchheister.
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