LORENA FRIES (INDDHH): LOS COMPLACIENTES.
La complacencia respecto de las violaciones a los derechos humanos tiene una larga y oscura historia a lo largo del siglo XX. Mientras Sartre alababa al régimen soviético y se congratulaba de estar en el lado correcto de la Historia, otros miles morían en Siberia. Ellos eran, pensaba Sartre, las víctimas de los inevitables procesos históricos. En Chile, hace no tantos años, muchos intentaron justificar lo injustificable a partir de tal o cual contexto. El elemento común de estas actitudes es la confusión entre la simpatía por una causa y los medios empleados en su defensa. Esta complacencia surge de algo muy humano: tendemos a ser tan benevolentes con aquello que nos simpatiza, como exigentes con aquello que nos disgusta.
Puede decirse que la doctrina de los derechos humanos intenta superar esta confusión. Dicho de otro modo, hay bienes de tal relevancia que no pueden estar supeditados a nuestras simpatías o antipatías: su respeto debe ser incondicional. Hay acciones que deben recibir condena más allá de la persona que las realice, o de la causa invocada para llevarlas a cabo. Si una lección nos dejó el siglo XX es que las causas más nobles pueden adquirir los rostros más atroces, y que los fines siempre terminan contaminados por los medios.
Por eso llama tanto la atención que la directora del INDH -organismo encargado de promover y proteger los Derechos Humanos en nuestro país- tienda a relativizar los sucesos ocurridos en La Araucanía, y haya afirmado en entrevista a este diario que “no existe terrorismo en Chile”. ¿Qué la lleva a afirmar algo así? ¿Por qué negar de modo taxativo que Chile está libre de actos terroristas? ¿No puede pensarse que cuando en una zona se queman casas, escuelas, fundos y matrimonios hay al menos indicios de terrorismo? ¿Quién le ha dado la potestad de definir cuándo hay o no terrorismo? A la directora del INDH todo esto la tiene sin cuidado: los derechos de las víctimas del terrorismo no existen pues, según ella, no hay terrorismo. Hay que reconocer que es una manera original de zanjar un problema.
Si Lorena Fries se tomara en serio su cargo y la responsabilidad que conlleva, podría comprender que su compromiso con los DD.HH. no puede manifestarse solamente respecto de las causas que le simpatizan. Podría comprender también que el INDH no debe estar al servicio de sus propias convicciones, sino que debería generar consensos amplios sobre la importancia de proteger los derechos fundamentales. También podría comprender que, para eso, la directora del Instituto debería ser especialmente cuidadosa en distinguir sus propias simpatías del cargo que ostenta. De lo contrario, su discurso quedará siempre bajo un manto de sospecha, como si el INDH obedeciera más a agendas particulares que a los derechos básicos de todos los chilenos.
Lo que ocurre en La Araucanía es grave, y ninguna simpatía debería llevarnos a relativizarlo. Es obvio que la cuestión mapuche no es un problema de seguridad pública. Pero la transformaremos precisamente en eso si tenemos ante ciertos hechos un umbral de tolerancia que no aceptaríamos, ni de lejos, en ningún otro caso. Si no somos capaces tener esto presente, seguiremos una pendiente muy resbaladiza, cuyo final no es otro que la complacencia de Sartre. El INDH se merece algo más que eso.
Daniel Mansuy.
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