EL PROBLEMA DE RODRIGO PEÑAILILLO.
Más que por los errores que se han cometido, la crisis de Peñailillo se explica por su estilo. Es la forma que tiene de ejercer el poder lo que molesta, especialmente a sus socios.
DESDE EL momento en que se conoció el gabinete de Bachelet, las dudas se centraron en el ministro del Interior. Con un currículo y trayectoria política más bien débiles, se entendió que su mayor activo era su cercanía con la Presidenta. Fue su jefe de gabinete en el primer gobierno y luego, su coordinador principal de la última campaña. Pese a ello, Peñailillo siempre mantuvo una baja figuración pública, que es clave en su cargo actual. Tampoco es un hombre de peso o influencia en los partidos, lo cual generó cierto escepticismo respecto de sus habilidades para la función que hoy cumple.
Sus defensores contraatacaron diciendo que había que darle tiempo, que era una persona muy capaz y que las críticas respondían a la clásica actitud de no aceptar rostros nuevos o renovación en las altas esferas del poder. Bueno, a menos de dos semanas desde que asumió, las dudas sobre Peñailillo, más que aquietarse, se han incrementado. Han sido sus días más negros. Los errores en la designación de autoridades, que ya explican 10 renuncias, le están costando muy caro al novel ministro, quien está siendo atacado desde todos los flancos. Desde su mismo partido, el todopoderoso senador Girardi no dudó en pasarle la cuenta cuando adelantó la renuncia de la gobernadora de Chiloé, dejando al ministro en una incomodísima situación. La Alianza, por su parte, anunció que estudia interpelarlo, algo que si bien puede no prosperar, da cuenta del estado de ánimo en que están las cosas.
Más que por los errores que se han cometido, la crisis de Peñailillo se explica por su estilo. Es la forma que tiene de ejercer el poder lo que molesta, especialmente a sus socios. Partiendo por el hermetismo o casi secretismo con se toman las decisiones en La Moneda, algo que ya está alcanzando límites no tolerables. Se agrega a esto, su displicencia y casi soberbia a la hora de dar explicaciones, porque los problemas nunca son culpa del gobierno. Esto quedó claro en visita que recibió ayer el ministro por parte de la directiva de la DC. Es cierto, lo apoyaron, pero también le dejaron un mensaje claro: un poco de autocrítica es necesario. Andar por la vida como si nada pasara, no es lo que corresponde ahora.
Es evidente que el estilo de Peñailillo es una simple extensión de la forma de operar de la Presidenta. Pero en esto comete un error básico: él no es Bachelet. No tiene el aura ni la popularidad que protege a la Mandataria, lo que lo hace aparecer como el blanco más débil para atacar. Por ello, más que actuar como una suerte de clon de Bachelet, debe ser su complemento, apoyarla en lo que ella es débil. Para que esto suceda, tendrá que actuar con firmeza y carácter, algo que está por verse si tiene.
Es cierto que todavía cuenta con el apoyo irrestricto de su jefa, pero sabemos que en la política, los cariños son siempre transitorios. Si el ministro no logra revertir su actual imagen, tarde o temprano pasará a la historia. Su cargo es demasiado clave para arrastrar un cadáver. ¿Podrá hacerlo? Dicen que las personas se prueban en las crisis, que es ahí donde sale el verdadero temple y talento. Veremos si ese es el caso de Peñailillo o si tenían razón los que decían que el puesto le queda grande. Las apuestas, en todo caso, no están a su favor.
Andrés Benítez.
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