viernes, julio 06, 2012

CHÁVEZ POR FRANCO.

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Si el Mercosur aún sirve para algo es para brindar a los mandatarios de sus integrantes un foro en el que pueden pronunciar discursos altisonantes en los que subrayan el respeto que dicen sentir por las reglas democráticas y la libertad de comercio, ya que hace mucho dejó de asemejarse a la unión aduanera prevista en 1985 por los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney cuando firmaron la Declaración de Foz de Iguazú. Lejos de actuar como integrantes de "un bloque", los gobiernos de los países miembros de la agrupación privilegian automáticamente sus propios intereses políticos inmediatos, lo que es motivo de frustración para los representantes de otras organizaciones multinacionales que quieren negociar acuerdos económicos con ellos.

Últimamente, las "cumbres" presidenciales se han visto dominadas por reyertas en torno de las medidas proteccionistas inconsultas que aplican los distintos gobiernos, pero, si bien en la que acaba de celebrarse en Mendoza la subsecretaria de Comercio Beatriz Paglieri se ensañó con su homóloga brasileña Tatiana Prazeres –según se informa, el encuentro terminó a los gritos–, el tema principal resultó ser la destitución por el Congreso paraguayo del hasta hace poco presidente Fernando Lugo. Con rapidez impresionante, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner aprovechó el episodio para anunciar, con la anuencia de sus colegas, la incorporación inmediata al Mercosur de la república bolivariana de Venezuela, superando así el veto de los legisladores paraguayos. Según parece, a juicio de Cristina, la presidenta brasileña Dilma Rousseff y su par uruguayo José Mujica, Hugo Chávez es un demócrata cabal, a diferencia del paraguayo Federico Franco que, en su opinión, es un usurpador golpista. Según ciertos pedantes, la maniobra que se empleó para favorecer las aspiraciones de Chávez violó las reglas que supuestamente rigen en el Mercosur, ya que a pesar de verse "suspendido" hasta nuevo aviso, Paraguay sigue siendo un miembro pleno del organismo y por lo tanto sería necesario que su gobierno aprobara el ingreso de Venezuela, pero extrañaría que los gobernantes de los demás países se dejaran preocupar por tales detalles.

A juzgar por la retórica de Cristina, el canciller Héctor Timerman y, desde luego, el presidente venezolano Chávez, la razón por la que se sienten tan alarmados por la destitución de Lugo tiene muy poco que ver con su eventual voluntad de defender las instituciones democráticas. Todos han interpretado lo sucedido en términos ideológicos, tomándolo por un nuevo zarpazo derechista contra las fuerzas supuestamente antiimperialistas con las que suelen identificarse. Es legítimo, pues, preguntarse si los tres gobiernos hubieran reaccionado del mismo modo en el caso de que un presidente de perfil conservador, alguien como Fernando de la Rúa, digamos, fuera volteado por quienes se afirmaban partidarios de lo nacional y popular por medios incompatibles con la Constitución vigente. Por desgracia, la respuesta más probable al interrogante es que, en lugar de solidarizarse con el destituido "por el pueblo", festejarían su caída.

Aunque la forma expeditiva en que casi todos los legisladores paraguayos se las arreglaron para remover a Lugo dejó mucho que desear, sería absurdo intentar comparar lo que hicieron con los atropellos constantes de Chávez contra quienes se animan a procurar frenar la "revolución bolivariana" destinada a crear "el socialismo del siglo XXI" que ha emprendido. Si los mandatarios de la Argentina, Brasil y Uruguay realmente quisieran ayudar a fortalecer las instituciones democráticas de la región, hubieran demorado el ingreso de Venezuela hasta que el gobierno de dicho país se manifestara dispuesto a acatar ciertas normas básicas. Por lo demás, no pueden sino entender que debido a la salud precaria de Chávez que le impidió asistir a la reunión de Mendoza, y a la proximidad de las elecciones fijadas para el 7 de octubre, su nuevo socio podría estar en vísperas de cambios drásticos que, de concretarse, les permitiría ahorrarse las dudas en cuanto a su sinceridad democrática planteadas por la decisión conjunta de cerrar la puerta del Mercosur en las narices de Franco para abrirla de par en par a fin de admitir, en nombre del respeto por las instituciones, al sumamente autoritario caudillo caribeño.

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