lunes, julio 02, 2012

¡CARAMBA QUE DUELE CHILE!

Son de todos conocidos los hechos que ocurrieron a propósito de la presentación de un documental sobre el gobierno del Presidente Pinochet en el teatro Caupolicán. Quiero reflexionar en unas líneas no sobre ellos, sino sobre las reacciones de algunos periodistas, políticos e intelectuales.
Sin lugar a dudas que duele ver las imágenes de unos chilenos pegándoles a otros sea por simple –aunque tremendo– odio, sea por unos pocos pesos. Pero es inmensamente más doloroso ver la reacción que han tenido tantas personas de las que no se esperaba que, aprovechando que la turba tiene aparentemente tumbada a su presa, salieran con inoportunas –aunque oportunistas– declaraciones sumándose sin matices ni precisiones a las vociferaciones de quienes han buscado mediante la propaganda y la violencia que su versión sobre los hechos recientes de nuestra historia se imponga como la única, no obstante la radical mentira en la que se funda.
No duele tanto que existan aquellos que han propagado desde el comienzo la historia falsa, pues por propia confesión han hecho siempre de la mentira un arma de lucha, sino que se sumen a ella aquellos que no se esperaba por una razón u otra –noble o no tanto– que lo harían, partiendo por el ministro Chadwick –con el eco ¡por supuesto! del ya nada sorprendente Lavín– y siguiendo con otros políticos, periodistas e intelectuales, todos o casi todos los cuales, no cabe duda, conocen la historia verdadera.
Por angas o por mangas, ellos parecieran pensar que quien defiende la obra del Gobierno de Pinochet, o quien introduce matices en relación con la violencia post 11 de septiembre, o quien dice que las circunstancias son importantes para juzgar los hechos –¡hasta hay profesores de ética que han estimado errado considerar las circunstancias!– se haría partícipe de las injusticias que en él se habrían cometido o, al menos, simpatizaría con ellas. En pocas palabras y para usar las palabras en boga, se transformaría en una suerte de defensor de las violaciones a los derechos humanos. Quizá podría agregarse, considerando el tenor de las intervenciones de algunos, que sería excusable o tolerable quien hable positivamente del gobierno militar si se comide a introducir su discurso condenando dichas violaciones. Si no lo hace, su silencio lo condena.
Ellos parecieran pensar que el gobierno de Pinochet es quien lanzó la primera piedra en materia de injusticias y, por eso, cualquier defensa o valoración positiva es una provocación… luego, los únicos que no deben expresarse en este país –sea porque no tienen derecho, según algunos, sea porque no es conveniente, según otros– son quienes en términos generales evalúan positivamente el gobierno militar… Hmmm… que quiere que le diga estimado lector… huele a trampa, huele al menos a comodidad, huele quizá a subirse arriba de la ola y seguirla.
Ya hablábamos de Chadwick y su pequeño eco, pero volvamos sobre él. ¿Es justo que con ocasión de que se daría un documental sobre Pinochet que no hacía pedazos su gobierno, sino que lo alababa, contra cien que lo critican, el ministro sin ninguna, absolutamente ninguna distinción ni precisión, dijera que se arrepentía de haber participado en un gobierno que violó los derechos humanos? No, no es justo, porque debilita a quienes intentan que se conozca la verdad con todos sus claroscuros. No es justo, porque pone en primer plano hechos que no son los definitorios de ese gobierno. No es justo, porque hace aparecer como sistemática una práctica que no la fue. No es justo, porque se suma a la condena al saco que se ha hecho de todos aquellos que les tocó participar en la represión de los revolucionarios y terroristas, sin distinguir si usaron medios justos o no. ¡No todos los casos son iguales!
¿Y qué de los intelectuales o políticos que han criticado a quien, intentando mostrar la verdad de los hechos, introduce matices y dice que las cosas no fueron como se están contando? Ellos tampoco han sido justos, porque matizar no es justificar lo injustificable, como parecen sugerir. Han sido injustos, porque distinguir y precisar no es ser insensible con quienes les tocó sufrir. Han sido injustos, porque quien cuenta la historia completa no es alguien que justifica los hechos con la ley del Talión. Han sido injustos, porque mientras han callado frente a los cientos que han contado una historia falsa, sesgada e ideologizada, sólo levantan la voz contra quien una vez muestra que no sólo existe la “historia oficial”. ¿Se le critica a este último su silencio? ¿Y qué hay de los silencios  de ellos mismos ante la avalancha de mentiras que ya se repiten por años?
¿Y qué de ese periodista que pregunta solazado cuando el entrevistado cuenta la historia oficial –contada una y mil veces– pero que se niega a preguntar, aduciendo que ya conoce la respuesta, cuando al frente está quien no está dispuesto a ello? ¿Y qué de ese otro periodista –del mismo programa televisivo– que con actitud de paciencia malcontenida pregunta al osado desafiante de la verdad oficial si no ha cambiado nunca de opinión? ¡Como si ese fuera criterio para discernir la verdad! ¡Como si por ello mereciera el rechazo y condena por recalcitrante! Lo curioso es que esa pregunta no se la hace a quien por la misma cantidad de tiempo ha dicho y redicho la “historia oficial”.
Sí. Todo esto duele. Quizá no debiera doler, porque no se debiera esperar otra cosa. Pero no se por qué… sigue doliendo. Será que uno sigue esperando algo distinto. ¡Problema de uno! dirá el coro de lospolíticamente correctos, si se me permite esta horrible expresión. Cierto, es problema de uno… pero también de Chile… y eso duele.
JOSÈ LUIS WIDOW LIRA.
VIVACHILE.ORG

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