LA ONU, ¿ORGANIZACIÓN PARA QUÉ?, ¿UNIDAD ENTRE QUIÉNES?.
Ahora se estila que todo tenga su día. Así, cada 24 de octubre se celebra el Día de las Naciones Unidas, organismo que está próximo a conmemorar sus 73 años de existencia. Fue fundada el año 1945 por 51 países, Chile entre ellos, si bien en la actualidad cuenta con 193 Estados Miembros. Reemplazó, o se inspiró, en la antigua Sociedad o Liga de las Naciones (Tratado de Versalles, junio de 1919), organismo que se mostró incapaz de mantener la paz y controlar los conflictos internacionales que sobrevinieron después de la primera guerra mundial. Murió de anemia.
Y es indudable que su continuadora (ONU), ha subsistido en estos 73 años no por sus resultados, sino por la necesidad de los países de vivir con la ilusión de mantener relaciones de amistad y concordia entre todos, aunque, de seguro, también sobrevive por el interés de algunos de sus miembros para influir tanto en los quehaceres mundiales como los asuntos internos de otros países. No obstante, en los hechos ha demostrado, tal como ocurrió con su predecesora, su inutilidad no solo frente a los asuntos que por su trascendencia son del interés general de sus miembros sino, además, ante los graves conflictos habidos entre países. Con el tiempo, se fue convirtiendo en un espacio demasiado oneroso por donde serpentea libremente el oportunismo de unos y las maniobras políticas de otros; ha sido un organismo responsable de la preocupación de muchos, fuente de esperanza para unos pocos y de frustración para casi todos.
Su creación pudo haber estado a la altura de las buenas intenciones de algunos líderes mundiales de la época, y haber representado un contagioso optimismo para muchos de sus miembros. No obstante, a riesgo de no conseguir adherentes, no habría sido fácil dotarla de una Constitución que considerara una estructura con las responsabilidades y obligaciones tan precisas y rigurosas como las que pudieran darse, por ejemplo, en alguna iniciativa privada. Eso, de por sí, ya fue una limitante para el cumplimiento de sus objetivos. Y tuvo que ser, además, la causa para que la Carta de la ONU resultara en una mera manifestación de buenas intenciones. En efecto, sus propósitos, sus normas, y mandatos, son tan superfluos y generales como difíciles de aplicar y de controlar en su ejecución. Quien lea la Carta de las Naciones Unidas, comprenderá que las vaguedades e indefiniciones, aunque escritas en términos muy pretenciosos, rimbombantes y hasta intimidantes, algunos, corresponden al lenguaje común de todas las entidades cuyos esqueletos sufren de una irreversible osteoporosis fetal, es decir, nacen con el mal.
Así, difícilmente la ONU podría ser un organismo verdaderamente eficaz, salvo para recolectar ingentes recursos y malgastarlos sin mayores resultados, y para que sus dirigentes puedan hacer conmovedoras declaraciones relacionadas con la promoción de los derechos humanos, la paz en el mundo, la amistad entre las naciones y para enfatizar, además, un supuesto desarrollo social de los pueblos que quieran enmarcarse en un “concepto más amplio de la libertad”, según la definición de su Carta. Y esto, no es otra cosa que fomentar entre sus miembros la necesidad de que legislen permisivamente en materias tales como la homosexualidad, la eutanasia, el aborto, el matrimonio a la carta, etc. Además, sus autoridades penden de hilos tan delgados como son el resultado de negociaciones políticas entre unos pocos e influyentes asociados, que se acomodan a intereses y beneficios mezquinos. Aquellas autoridades, por lo tanto, deben ser acreditados trapecistas que puedan mirar con más atención los riesgos de caer en las profundidades que conseguir logros trascendentes y beneficiosos para todos.
Si tuviéramos que preguntarnos hoy día, cuáles han sido los éxitos o frutos de las Naciones Unidas en todos estos 73 años, no es seguro que pudieran llenarse más que algunos cuántos renglones de una pequeña libreta de apuntes, aunque hay un libro grueso que registra sus fracasos y serias contradicciones. Así, por ejemplo, estando entre sus fines “el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos…”, promueve abierta y decididamente el aborto a través de sus múltiples agencias, especialmente la ONU Mujeres. Ésta ha sido uno de los tentáculos de su Casa Madre para imponer a los países la ideología llamada “salud sexual y reproductiva” con ningún otro propósito, encubierto, claro, que desquiciar el sustento moral de las naciones, como lo es el promover y respaldar las minorías sexuales (lesbianas, gais, bisexuales, transgéneros y similares), “movilizando movimientos de amplia base”. Fue la coautora del Manual sobre el Acceso a la Justicia, que, entre sus 350 páginas, ordena “despenalizar formas de comportamiento que afectan solo a las mujeres, como el aborto” porque “las leyes que penalizan el aborto equivalen a tortura o trato cruel, inhumano o degradante” y, por lo mismo, pide a sus Estados Miembros que “garanticen servicios de aborto seguro”. Ante ello, cualquier persona medianamente juiciosa y reflexiva no podría sino asegurar que matar seres humanos inocentes e indefensos es, a las claras, lo opuesto al respeto a los derechos humanos.
Estos derechos pareciera que tampoco existen en Venezuela. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó, no hace mucho, una resolución en la que expresa su preocupación “por las graves violaciones de derechos humanos en el contexto de una crisis política, económica, social y humanitaria” en ese país, e instó al gobierno de Nicolás Maduro a aceptar la ayuda humanitaria internacional. Pero, de la “preocupación” del Consejo y de su exhortación a Maduro, no ha quedado ni el recuerdo. Solo sirvió para llenar páginas en los medios de prensa. Asimismo, en dos ocasiones el comisionado saliente de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al Husein (reemplazado recientemente por una conocida nuestra, señora M. Bachelet), propuso enviar observadores a Venezuela para analizar su situación, pero la propuesta ¡no tuvo respaldo ni en el propio Consejo de Derechos Humanos de la ONU!
Otro de los fines de la Organización consiste en “suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”. Magnífico propósito. Aunque es evidente que ninguno de los redactores de la Carta de las Naciones Unidas quiso pensar, siquiera, en la forma de aplicar con efectividad este objetivo y sancionar su incumplimiento. De hecho, Estados Unidos ha invadido militarmente a su antojo y con diversas excusas, otros países miembros de la organización como, por ejemplo, República Dominicana, Guatemala, Granada, Irán, Panamá, El Salvador, Uganda, Afganistán, Pakistán, Libia, Vietnam, Irak, y un largo etcétera, con una estela de miles de muertos y heridos. Otro de sus miembros, Rusia, no lo ha hecho mal: Suecia, Turquía, Polonia, Finlandia, Alemania, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, la ex Yugoslavia, Lituania, Ucrania, Afganistán y Siria, se cuentan entre algunos de los países invadidos por sus tropas. Ni un insano podría soñar siquiera, que eso, más otros cientos de intervenciones encubiertas para desestabilizar regímenes de distintas naciones, corresponde a un formato de “relaciones de amistad basadas en el respeto a la libre determinación de los pueblos”, otro fantasioso propósito de la ONU.
Y no podemos olvidar que tanto Estados Unidos como Rusia, junto a China, Francia, y el Reino Unido, son los únicos 5 Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización, de sus 193 países adheridos, y que, “por casualidad”, corresponden a las naciones más poderosas e influyentes en la política y la economía mundiales. Es cierto que, solo para efectos de mantener una percepción de “pluralismo”, se agregan a este Consejo otros 10 Estados que cambian cada dos años y no pueden ser reelegidos por períodos consecutivos; así, entonces, “la igualdad entre sus miembros” queda reducida a nada más que una frase grandilocuente en el papel, aunque inconsistente en la realidad. Es indudable que la seguridad mundial no debería quedar sujeta a las decisiones que adopte un grupo tan reducido de Estados con la calidad de Miembros Permanentes, que han llegado al Consejo para quedarse y asumido el poder para resolver por sí solos qué camino seguir en estas materias.
Vale la pena preguntarse, asimismo, cuáles han sido los éxitos de las Naciones Unidas en el control del narcotráfico, del terrorismo, de las armas biológicas, químicas y nucleares, en el deterioro del medio ambiente, y así muchos otros asuntos o temas que enturbian las relaciones y arriesgan la paz y armonía entre sus miembros.
En fin, todo indica que el supuesto interés de las Naciones Unidas para cumplir sus objetivos de buscar la paz, proteger los derechos humanos, conseguir el progreso de las naciones y su prosperidad, suena como una lamentable impertinencia a la luz de sus resultados históricos. Más aún, considerando la intromisión de varias de sus entidades de fachada (oficialmente se les denomina Organismos Especializados), en asuntos que no le competen y que contradicen sus propios objetivos.
Se trata, pues, de una cómoda y sofisticada madriguera para que, desde allí, unos pocos muevan los hilos que controlan el mundo, a un costo exorbitante para todos sus miembros. Sus 73 años de vida así lo confirman.
Mauricio Riesco Valdés.
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