VENEZUELA EN LA MIRA.
La crisis institucional que aqueja a Venezuela es un llamado de atención para toda América Latina, y por qué no decirlo, para la civilización occidental. Hace tan solo 25 años se pensaba que las ideas de la libertad se expandirían sin contrapesos, tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de los socialismos reales. Hoy vemos cómo el socialismo del siglo XXI, con fuerte connotación populista y dictatorial, se alza como una amenaza real para la democracia representativa y las libertades de las personas.
Los trágicos acontecimientos de los últimos meses -con violencia, muerte y abusos del poder- repercuten, se quiera o no, en la discusión política en Chile, en un año marcado por la elección presidencial y parlamentaria. Una mirada rápida del espectro político nacional deja en evidencia que hay varios conglomerados, más allá de su tamaño e importancia política, que abiertamente se dicen tributarios del proyecto chavista: promueven un crecimiento no controlado de poderes y facultades para el Estado, convirtiéndolo de golpe en el único motor político y social, coartando la capacidad creativa de la sociedad civil, y sometiendo la dignidad de la persona y sus derechos esenciales a criterios meramente político-partidistas del poder de turno.
Estos mismos grupos políticos, tanto al interior del gobierno como en la oposición de extrema izquierda, se niegan a reconocer la vulneración de libertades y derechos en Venezuela, y muestran una indiferencia total ante la compleja situación humanitaria, sanitaria y de seguridad del país latinoamericano. Mientras el mundo condena al régimen de Maduro, emiten comunicados que van desde un respaldo irrestricto al régimen y su actuar (Partido Comunista) hasta confusas declaraciones que no dejan claro si se condena o no la situación que afecta a los venezolanos (Revolución Democrática).
Esta actitud parece sacada del baúl de los recuerdos y es idéntica a la que en su momento tuvieron grupos que se ubicaban en la izquierda del espectro político nacional respecto a la Unión Soviética, la primavera de Praga, Hungría y Polonia. Es la misma actitud que se mantiene hasta hoy respecto de la dictadura de Cuba. Es un verdadero negacionismo, que desconoce la realidad, que desconoce la vulneración de derechos y atropello de las libertades de las personas.
¿Por qué está actitud? Es una suerte de nostalgia por el proyecto socialista, por la revolución que nunca fue y cuyo fracaso se manifestó en la estrepitosa caída del bloque soviético. Pero no es sólo esto: también es la consecuencia lógica de la ideología. El socialismo del siglo XXI utiliza consignas y lugares comunes, sin importar las estadísticas y estudios que desvirtúan las afirmaciones, pues lo único importante es mantener la unidad del discurso. Las cifras, estadísticas, los resultados empíricos y la experiencia sólo tienen valor si sirven para justificar el proyecto político.
La crisis venezolana es el epílogo del socialismo del siglo XXI: al igual que su antecedente inmediato, el socialismo real, este proyecto político se encuentra en colisión con las libertades y derechos de las personas, y aunque prometa el paraíso en la tierra, termina por convertirse en un verdadero infierno. Si es así, ¿por qué llegan a ser exitosos estos proyectos? Entre otras razones, por las fallas del régimen democrático o de algunos gobiernos, así como por una comunicación efectiva de las ideas populistas. La gran herramienta comunicacional de este proyecto es su carácter eminentemente emotivo, al que se orienta el discurso y la retórica empleada por sus partidarios, apelando directamente a las emociones.
Para salir de la crisis, Venezuela debe volver a poner a la persona en el centro de la actividad política, respetar irrestrictamente la vida, propiedad y libertad, fundar la institucionalidad democrática con una separación de las funciones al interior del Estado, y hacer prevalecer el imperio de ley por sobre la voluntad del gobernante.
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