EL GARROTE DE LA CUT.
Según el programa del Gobierno socialista, la Reforma Sindical –hablar de Laboral significa amplitud y transversalidad de las cuales carece el proyecto– estaba en tercer lugar de prioridades, de modo que su aprobación se calculó para inmediatamente después de las Tributaria y Educacional.
No obstante, al constatar La Moneda las nefastas consecuencias por la desprolijidad y contradicciones que ambas incluyeron en sus contenidos y redacción, anunció un aplazamiento de la Reforma Sindical para “estudiarla mejor”. Bastó dicha advertencia para que la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), acicateada por el PC, anunciase paros y protestas y su “total rechazo” a cualquiera postergación y negativa a eventuales cambios.
Las presiones del PC surtieron inmediato efecto: La Moneda echó marcha atrás y apuró el tranco con la reforma en un felino reflejo de que reacciona siempre bien ante cualquiera amenaza de sus más leales dentro de la Nueva Mayoría.
Predijo que iba a estar aprobada a más tardar en diciembre de 2015, luego que en enero de 2016, hasta que conoció luz verde ahora en marzo, aunque en la Cámara Alta hubo una reserva para acudir al Tribunal Constitucional.
El que el proyecto haya demorado tanto obedece a que la Presidenta se percató –o alguien la alertó— de que la iniciativa a entero gusto de la CUT y con el beneplácito del PC, no se aprobaría, lo que agudizaría su deterioro político..
Para hacerlo menos dogmático se hizo cargo el ministro de Hacienda con la finalidad, si no de equilibrarlo, al menos de hacer menos odiosos y dañinos los objetivos impuestos por Bárbara Figueroa (PC) desde la testera de la CUT. Los tres grandes nudos que se propuso desatar Rodrigo Valdés fueron los reemplazos en caso de huelga, la obligatoriedad de sindicalizarse y la negociación interempresas.
La CUT, con el tradicional estilo del garrote comunista, de forzar sin escuchar, argumentó que las “huelgas son huelgas” sin ningún tipo de mitigación y que si ello significa el quiebre y/o cierre de una empresa, “mala suerte, no más”.
Un partido que se llena la boca con los derechos de las personas impuso como obligación a los trabajadores afiliarse al sindicato de la empresa, violando sin asco la libertad individual de optar voluntariamente asociarse o no. Clara y categóricamente, ello implica transgredir dos artículos de la Constitución en plena vigencia.
Y, finalmente, como su horizonte histórico ha sido el aniquilamiento de las economías y del mundo privado, el PC no transó en su planteamiento de las negociaciones interempresas, esto es, meter en un mismo saco a grandes, medianas y pequeñas. Cualquier cercano al mundo del trabajo sabe que los arreglos entre empleadores y trabajadores dependen del dinamismo, tamaño y recursos de la compañía, por lo que resulta más que una ignorancia, una imbecilidad, que superen en común sus conflictos una de 500 trabajadores y una de 10 obreros.
Los votos de la oposición y algunos pocos de la DC lograron rechazar esta locura propuesta por la CUT y que era una condena de muerte, si no a todas, al menos a un número importantes de PYMES que son las mayores generadoras de empleos.
Este comportamiento de la CUT, al margen de no ser nuevo, es una muestra de que por sobre el interés real en los trabajadores, los comunistas privilegian imponer su doctrina ideológica independiente de las realidades laborales en las que se desenvuelven.
La CUT no movió un solo dedo a favor de los funcionarios del Registro Civil en huelga cuyos puestos fueron ocupados por trabajadores de otras reparticiones públicas y nunca se ha sabido de un reclamo suyo en favor de las pequeñas empresas a las cuales los acreedores se demoran meses en pagarles.
Que no se engañen los trabajadores chilenos, sindicalizados o no, con el cuento de que la CUT brega por sus derechos. Ése es un mero maquillaje para disimular su única finalidad: cual termita devoradora, destruir desde dentro a los “diabólicos capitalistas” que tienen la buena ocurrencia de generar empleos.
Justo Pastor Suárez.
VoxPress.cl
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