BACHELET, ALEUY Y EL POPULISMO.
Si la Presidenta quiere volver a bailar, que baile. Nadie debiera censurarla por ese comportamiento, a no ser que fuese muy pobre su presentación escénica.
Pero eso no la exime de la crítica por las afirmaciones que va haciendo sobre el resultado de sus reformas, ya no a ritmo de cumbia, sino a pie firme.
Pero eso no la exime de la crítica por las afirmaciones que va haciendo sobre el resultado de sus reformas, ya no a ritmo de cumbia, sino a pie firme.
Lo curioso es que al mismo tiempo que ella retomaba sus actividades, el ministro subrogante del Interior declaraba que lo que hoy está en juego en Chile es cómo cerrarle el camino al populismo y que esa es una responsabilidad de todos. O la Presidenta no alcanzó a hablar con el ministro subrogante, o a pesar de haberlo hecho no hubo acuerdo, o simplemente la subrogación permite una soltura de cuerpo que después no se paga con reprimendas, pues se la considera solo una tarea de circunstancia.
Porque al mismo tiempo que Mahmud Aleuy criticaba el populismo, su propia Presidenta incurría en dos de las más evidentes manifestaciones que han cultivado los populistas de todas las épocas: la demagogia y la fantasía, dupla de actitudes que se potencian en un clima de frivolidad.
Cuando Bachelet afirmó que en materias educacionales la reforma no solo traerá gratuidad, sino también calidad, ¿puede responsablemente la Mandataria afirmar algo así? No, responsablemente no puede hacerlo. La gratuidad puede medirla en millones de pesos y en decenas de miles de jóvenes que califican para recibirla. Por ahora, es un tema de números. Pero la calidad simplemente no tiene como medirla, no tiene manera de apoyar su afirmación. La frase de Bachelet no es ni para la galería: es para el potrero.
Porque hay demagogia no solo cuando se promete lo que no se puede cumplir, sino también cuando se comentan las realidades más evidentemente negativas de modo optimista y falso. Es ahí donde la demagogia se conecta con una trágica fantasía. Y si en esta última dimensión la cumbre la alcanzó Stalin con su famoso "La vida es mejor, camaradas; la vida es más alegre" -mientras depredaba a los pueblos de la URSS deteniendo a millones de sus ciudadanos-, resulta análogo el despropósito de una mandataria que en medio de la grave crisis nacional afirma que "se pueden ver los frutos", que "todo ha valido la pena", que "podemos ser optimistas".
¿Ha valido la pena la violencia en La Araucanía; ha valido la pena la privación de derechos de padres, escolares, profesores y sostenedores; ha valido la pena la inseguridad institucional y ciudadana; ha valido la pena el frenazo económico; ha valido la pena el deterioro de los hábitos elementales en la población? Todo eso y mucho más, el conjunto de los frutos de las políticas gobiernistas, ¿es como para estar optimistas, como para validar la pena sufrida y por sufrir?
Curiosamente, el mismo Aleuy afirmaba en paralelo que "no se pueden hacer políticas estructurales como las que ha implementado con coraje la Presidenta y pretender que eso se refleje mañana. Eso no va a ser así". ¿En qué quedamos? ¿Los frutos han valido la pena y dan para ser optimistas (Bachelet), o habrá que esperar mucho tiempo para comprobar su eficacia (Aleuy)?
El populismo de Bachelet es un fracaso consumado. Lo es porque el pueblo chileno históricamente ha basculado entre la estupidez y la sensatez, y da toda la impresión de que el péndulo viene cargándose para el lado de la cordura desde pocas semanas después del comienzo de la actual presidencia. El 20% de apoyo que acaba de arrojar la última encuesta de popularidad presidencial le exige un realismo a la Presidenta que las vacaciones parecen haber diluido. Quizás eso es lo que intuye Aleuy, que un populismo sin popularidad es el final de todas las aventuras de la demagogia y la fantasía.
Gonzalo Rojas.
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