martes, diciembre 01, 2015

LA APUESTA DEL 6 DE DICIEMBRE.


Estamos exactamente a una semana de la prueba más definitoria del soterrado enfrentamiento mortal que venimos soportando los demócratas venezolanos, por lo menos abierta y desembozadamente, desde el 4 de febrero de 1992. Una guerra cambiante, plagada de cinismo y de hipocresía.
Diecisiete años han tardado los sectores liberal democráticos del mundo en asumirlo como un hecho: la chavista, hoy en manos de Maduro, es una dictadura filo totalitaria que gracias a la hegemonía castrocomunista que carcome a la esencia de la política latinoamericana ha permitido se enquistara como un tumor canceroso en el cuerpo de nuestra República y desde allí, usando sus tentáculos petroleros y la alcahuetería de sus élites políticas, ideológicas y culturales, infectara al resto de las sociedades de la región.
Salvo la Argentina, por primera vez en casi un siglo pronta a pasar a manos de un auténtico demócrata liberal, todas las sociedades latinoamericanas han estado y están en manos de gobiernos copados por los que una socióloga política franco venezolana que conoce al monstruo castrocomunista por dentro, Elisabeth Burgos, llamara “los rehenes de Fidel Castro”.
De la inocultable evidencia a la fundamentada sospecha, todos los actuales gobernantes de nuestra región bailan al tambor de la herencia castrista: todos son rehenes de Fidel. Ante la existencial alternativa de tener que decidir por unirse y respaldar a los tiranos cubanos o a los demócratas norteamericanos, no dudarían un segundo en irse tras las huestes de los barbudos de la Sierra Maestra. Trátese de Dilma Rousseff o de Michelle Bachelet, de Tabaré Vásquez o Rafael Correa, de Evo Morales o Daniel Ortega, todos los actuales gobernantes, cual más cual menos, son crías políticas de los Castro.
Se acabaron los tiempos de un Rómulo Betancourt, demócrata a carta cabal y enemigo jurado de toda forma de dictadura. Se acabaron los tiempos de Raúl Haya de la Torre, latinoamericanista antes que nada. La política latinoamericana está trasminada de castrismo. Y se ha colado incluso a los despachos del centro y la derecha políticas de la región.
Antes de que un derechista alce su voz en franco reclamo contra la dictadura venezolana, como lo ha hecho en un gesto de valentía y claridad ideológica el recién electo presiente argentino Mauricio Macri, tiemblan las columnas de sostén del populismo inveterado. De allí la trascendencia de la lucha que libramos en Venezuela y que este próximo 6 de diciembre alcanzará uno de sus momentos estelares.
En Venezuela, como hace dos siglos, se juega una guerra mortal por la Segunda Independencia de América Latina. No del poder colonizador extranjero, como en 1810, sino de las taras que nos lastran desde entonces: el populismo, el estatismo, el clientelismo, el pobresismo, el militarismo, el caudillismo. De allí la descomunal importancia del acto al que asistiremos en una semana: no se trata de emitir un voto contra un mal gobierno. Se trata de emitir un voto contra la más indigna de las dependencias. La de nuestra traición contra nosotros mismos.
Antonio Sánchez.

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