sábado, febrero 16, 2013

ARAUCANÍA PARA LLORAR.




Está lleno de palabras en el aire que discuten entre ellas para encontrar alguna solución. Vienen desde lejos, desde el núcleo, algunas acertadas, otras livianas que se quedan en el denso viento. Hay por todos lados frases, lugares comunes, defensores y detractores auténticos, y otros sesgados de rencor u orgullo, incapaces de abandonarse incluso al escuchar –aunque sea a medias– la situación a un par de cientos de kilómetros al sur.
Es fácil despilfarrar palabras cuando se vive la tranquilidad de una ciudad aislada y una forma de vida basada en ellas sin importar cuán genuinas sean. Es sencillo hablar, sermonear, escribir estando alejado del miedo y la incertidumbre, sin la permanente espera de que el terror entre a lo más cercano y destruya años de esfuerzo, historia e incluso vidas de los que más se quiere.
Hasta acá nos han llegado esas palabras gratuitas, que ya son polvo en el viento: estrategias políticas, popularidad, egoísmo. Llegan constantes reinterpretaciones de lo que nos sucede, elaboradas por figuras o medios que ciertamente viven la realidad nuestra, pero desde el otro lado de una pantalla o un pedazo de papel.
Por acá, la violencia no necesitamos verla por televisión ni leerla en los diarios. No hay un procesamiento periodístico que filtre información ni que acolchone lo que acontece; todo está aquí y ahora, impresionando a nuestros sentidos y decepcionando las aspiraciones que tuvimos algún día. En la casa vecina la tenemos cada noche y con terror esperamos a que sin aviso llegue a la nuestra. Nos hemos reducido a esperar, ya no soluciones, sino ataques justificados por causas flotantes que de coherencia tienen poco.
En La Araucanía, lugar predilecto de la naturaleza y el deleite de la tranquilidad, contradictoriamente vivimos hoy atemorizados en nuestros propios hogares. Nuestros refugios son el umbral del miedo y nuestras casas combustible para la maldad de unos pocos y leña que ha prendido el infierno en los lugares de muchos. Somos testigos de una maldad sin consideración que ha terminado con vehículos, casas, galpones, furgones escolares y hasta escuelas, y que no diferencian edad, raza o clase social: destruidas han sido viviendas de descendientes de colonos y escuelas rurales para niños indígenas.
Pero las palabras siguen en el aire y nadie las aclarará pues no hay tiempo para eso, y allá, en la tranquilidad se siguen regocijando los sofistas, construyendo una serie de erróneas teorías y suposiciones.
Basta con poner un solo pie en la Araucanía para darse cuenta de que esto no es una pelea; no hay partes que luchen entre sí. No se trata de mapuches y agricultores, ni de colonos e indígenas, sino de un conflicto de unos cuantos que se han inventado derechos que no terminan antes de los del resto, sino que los arrancan y se los han hecho propios. Basta con estar un segundo para saber que no hay contrincantes, y que la injusticia no sólo la viven las víctimas directas de los numerosos ataques sino también el mismo pueblo Mapuche. Han usado su nombre, su identidad para llevar a cabo tanta crueldad; han mentido, atemorizado y matado en su nombre, en el nombre de tantos hombres, mujeres y niños indígenas, que son algo muy alejado de la realidad que un pequeño grupo de terroristas dice representar.
A todos han hecho creer que esta causa pertenece al pueblo Mapuche, y qué difícil es desmentir si no se tiene el medio y las agallas para hacerlo, por el sencillo motivo de sentir el terror que parejamente se ha infundido en la comunidad. Basta con abrir los ojos y usar lógica básica para reconocer lo que hay en La Araucanía. Basta con dejar la cortesía política y las estrategias para notar con claridad que en los campos del sur hay un terrorismo injustificable.
Y ahora que el furor mediático por el conflicto ha pasado, las voces callan, se mimetizan con la calma de la ciudad. Pero desde la intranquilidad de nuestros hogares, la gente de la Araucanía pone un grito en el aire, rogando que no sean necesarias más muertes para dar una buena, real y duradera solución, porque como resuena por estos lados: la situación en La Araucanía está para llorar; de miedo, de pena, a mares.
BEGOÑA TALADRIZ.
VIVACHILE.ORG


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