martes, octubre 02, 2012

¿DE QUIÉN SERÁ LA BALA?




La noticia del asesinato del cabo Martínez, el pasado 11 de septiembre, nos ha permitido asomarnos a la realidad de parte de nuestras poblaciones, en este caso la Silva Henríquez y la Parinacota, donde los niños ni siquiera pueden salir al patio de su edificio: sus padres temen que sean asaltados.
Dicen los vecinos que “el Rata”, presunto autor del homicidio, no es el peor del barrio. Él es un joven tranquilo, en comparación con “los Chubis” y otros maleantes de la población. En algunos lugares de Santiago reina la misma lógica que impera en Somalia: la anarquía total.
No hay que olvidar que el mayor mal que puede experimentar una sociedad política no es la tiranía, por horrible que nos parezca, sino la anarquía, la completa inseguridad que deriva de la falta de toda ley. En la tiranía la gente conoce las reglas del juego; en la anarquía, en cambio, nadie sabe a qué atenerse.
En algunas poblaciones de Santiago, como diría Hobbes, “hay un constante miedo y un constante peligro de perecer con muerte violenta. Y la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”.
Entre tiranía y anarquía hay múltiples fórmulas intermedias. Los países se esfuerzan por encontrar un justo medio que sea adecuado a su historia y situación actual. En Chile, el péndulo pasó de un gobierno autoritario (no es lo mismo que totalitario: Putin, por ejemplo, no es Stalin), a la dirección opuesta, y desde hace años vemos cómo se está perdiendo el respeto por la ley y la autoridad.
Para evitar excesos represivos, en nuestro país se ha terminado por restringir la capacidad de acción de las fuerzas policiales hasta un nivel que puede ser del gusto de think tanks e intelectuales, pero que resulta una pesadilla para los chilenos más pobres, que están condenados a vivir en la angustia y la incertidumbre.
A los habitantes de Quilicura, La Pintana y otras zonas populares, no les preocupa mucho la fecha de las primarias o la marca de los tallarines que puedan entregar los candidatos. Ellos necesitan políticos (de izquierda y derecha) que lleven un poco de paz y seguridad a sus vidas amenazadas por el matonaje, la delincuencia y el narcotráfico.
Aquí no se trata simplemente de quién tiene la razón, en las interminables disputas entre el Gobierno y el Poder Judicial. La dotación policial de Quilicura, donde se cometió el homicidio, es la que corresponde a una población de 45.000 habitantes, cuando en la realidad supera los 300.000. Para que los carabineros puedan cantar en su himno “somos del débil el protector”, es necesario que cuenten con los medios técnicos, económicos y humanos imprescindibles. Y en muchos lugares carecen de ellos.
Pero hay más. Hoy todos piden “mano dura” contra la delincuencia. Ahora bien, ¿qué sucederá cuando se aplique? ¿Qué ocurrirá cuando un carabinero, atacado por una turba, haga uso de su arma? ¿Qué acontecerá cuando la víctima sea un joven que va pasando por ahí?
¿En qué situación estaría hoy el cabo Martínez si, en vez de recibir la bala de la pistola del “Rata” (o quien haya sido), hubiese disparado él, y la víctima hubiese sido su agresor?
Podemos imaginar las presiones que habría recibido Carabineros de Chile para dar de inmediato de baja a ese “elemento indeseable”.
Quizá el infortunado cabo Martínez haya tenido algo de suerte al escapar de los procesos judiciales y las críticas a las que son sometidos sus colegas cuando, al resguardar el orden público, tienen la mala suerte de que se produzca una desgracia. Es probable que el cabo Martínez sea ascendido de manera póstuma a suboficial mayor. Y es posible que su muerte nos haga pensar un poco. Al menos eso sería un consuelo para su madre.
Quizá su tragedia nos abra los ojos. Nos ayude a descubrir que si bien hay cosas que no se pueden hacer nunca (por ejemplo, vejar a un detenido), no resulta legítimo juzgar con ligereza la reacción de un carabinero que está de noche en medio de una balacera, o enfrentando a unos encapuchados que lo atacan por todos lados, sin tiempo para pensar.
No es razonable olvidar que, aunque en todas las situaciones hay que actuar con justicia, los criterios de acción cuando uno tiene que hacer frente al “Rata” o “los Chubis” son muy singulares. Porque en Somalia las cosas no son como querríamos.
JOAQUÍN GARCÍA HUIDOBRO.
VIVACHILE.ORG

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