sábado, septiembre 15, 2012

DAÑADOS, CONDENADOS.



¿Quiénes son esos cien encapuchados que atacaron en nocturnidad la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Concepción?
Por ahora, no sabemos. Quizás no lo sepamos nunca, y sólo se develen sus nombres poco antes de las 5 y media de la “tarde” del día del juicio final.
Pero aunque se desconozca su identidad concreta, sí se sabe cómo son. Son esos condenados de la tierra, en palabras de Frantz Fanon; son esos sujetos que, con o sin teorías de respaldo, han transformado la praxis de la violencia en su modo de vida. Sartre, sí Jean Paul, los animaba a malvivir así, en el prólogo que escribió para el terrible libro del martinico-argelino Fanon, en 1961. La violencia “es el hombre mismo reintegrándose”, afirmaba ahí el francés.
Pobres palabras que trataban de elevar lo esencialmente vil a categoría vital, pero que no hacían más que degradar al propio filósofo existencialista.
La violencia es tan primitiva, tan elemental, que no hace falta haber abierto la siniestra obra de Fanon para asimilarla o rechazarla al cien por ciento. Por eso, todo depende de cómo se está viviendo. En algún momento, terrible instancia, la conciencia la acepta como posibilidad; en algún instante, terrible realidad, ya no hay reservas para rechazarla.
Se la asimila cuando se vive sin grupo familiar estable de referencia. Todo partidario del divorcio, haga sumea culpa.
Se la asimila cuando se ridiculizan los criterios de restricción al cuerpo.  Todo autonomista sexual, haga sumea culpa.
Se la asimila cuando el lenguaje es reducido a descalificación e insulto. Todo comunicador iconoclasta, haga su mea culpa.
Se la asimila cuando los ideólogos identifican el mal con éste o con aquél y lo hacen objetos de agresión. Todo marxista, haga su mea culpa.
Se la asimila cuando los frívolos disfrazados de educadores ensalzan el juvenilismo y desprecian la autoridad. Todo profesor pusilánime, haga su mea culpa.
Unos la predican y otros la asimilan: ahí están los verdaderamente condenados, los vitalmente dañados.
GONZALO ROJAS SÁNCHEZ
VIVACHILE.ORG

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