sábado, noviembre 26, 2016

CUBA: EL TIRANO HA MUERTO.



El tirano ha muerto.
Tengo que decirlo para creerlo.
Al fin.
El líder guerrillero que llegó al poder con promesas de justicia social, pero se dedicó a separar familias, a perseguir y ejecutar opositores, y desató una misera sin precedentes sobre el pueblo cubano, ya no existe.
He estado esperando este momento toda mi vida.
Finalmente, el traidor cuyo gobierno comunista me sacó de todo lo que conocía y amaba, y trajo a estas tierras con el corazón estrujado, ya no está entre los vivos.
El tirano ha muerto.
Tengo que repetirlo para creerlo.
Nací el año del triunfo de la revolución. Tenía 10 años cuando me fui de Cuba en un Vuelo de la Libertad en 1969 con mis padres, que pagaron caro mi libertad y mi futuro. Ahora tengo nietos. Ese es el tiempo que Fidel Castro ha mantenido a Cuba en su puño, primero como déspota autoproclamado, y después que cedió el trono a su hermano, como símbolo.

Este es un momento histórico. Generaciones de cubanos, cubanoamericanos y nuestros hijos en Miami, la capital del exilio, celebran su desaparición física con un ardor reservado para la Serie Mundial y los títulos de la NBA.
No nos juzguen con dureza. Concédannos este momento. Nuestro exilio es su obra. Aquí no hay dolor por el fallecimiento del hombre que representó el diablo en nuestras historias personales y colectivas.
“Satanás, Fidel ahora te pertenece”, decía un letrero que sostenía un hombre en la Calle Ocho a primeras horas de la madrugada del sábado, después que Raúl Castro anunció la muerte de Fidel en televisión.
Durante las seis décadas de gobierno totalitario de los hermanos Castro, más de dos millones de cubanos huyeron de su amada isla, consolándose en las palabras del exiliado cubano más famoso, el poeta y héroe de la independencia José Martí: “Sin patria, pero sin amo”.
Incontables cubanos encontraron la muerte en intentos de cruzar el Estrecho de la Florida, y ahora atraviesan selvas en unos siete países para llegar a la frontera estadounidense con México. Uno de los crímenes más crueles de Castro fue la masacre de 41 hombres, mujeres y niños que trataban de huir en un remolcador el 13 de julio de 1994. Las autoridades cubanas arremetieron contra ellos con agua a presión, chocaron el barco y lo hundieron. Esto no es algo que leí por ahí. Entrevisté a sobrevivientes en el campamento de refugiados de Guantánamo meses después. Las Tropas Guardafronteras cubanas se negaron a rescatar a los que se ahogaban, me contaron.
Hubo muchos otros crímenes y abusos a los derechos humanos, en su mayoría ignorados o vistos benignamente por un mundo que le daba a Castro el beneficio de la duda, y sólo de vez en cuando le reclamaban algo en foros como la ONU.
Fidel Castro, mito y leyenda para la izquierda internacional, murió sin que lo llevaran ante la justicia por sus crímenes contra su propio pueblo, y el entrega de la antorcha y el cargo de presidente a su hermano en el 2006 fue impugnada sólo por disidentes valientes que son golpeados y detenidos a diario. Los Castro han colocado a sus hijos y nietos en altos cargos del gobierno, una señal de que planean mantener la dinastía familiar más allá del prometido retiro de Raúl en el 2018.
Hay mucha alegría, entusiasmo –y esperanza– ante la noticia de la muerte de Fidel Castro a los 90 años. Pero soy escéptica. Castro no gobernó solo. Tuvo cómplices. Y esas personas lo lloran hoy, planean enterrar sus cenizas cerca del lugar donde descansa José Martí en Santiago de Cuba, un honor que no merece.
Sin embargo, Cuba no será lo mismo sin el patriarca. Con su muerte, se siente como si la peor de las maldiciones ya no pesa sobre una nación cuyos hijos están desperdigados por todo el mundo.
El coco se murió.
Al amanecer, las calles de La Habana estaban desiertas. Se ordenó a la gente que se quedara en su casa, que no tocaran música y que mantuvieran la puerta cerrada.



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Pero en Miami pocos se fueron a dormir. Algunas de las calles que recorren su corazón cubano fueron cerradas para que la gente pudiera expresar la catarsis de quitarse de encima la acumulación de 58 años de pérdidas y separación, de desilusión y de una esperanza interminable.
Cuba sí y no más Castro.
Aquí no se despedirá al comandante. Para nosotros es solavaya.  
Fabiola Santiago. (Desde Miami).




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