EL BOOMERANG DE LA CORRUPCIÓN.
Finalmente ocurre -como en las tragedias griegas- lo que tenía que ocurrir: caen uno a uno los ministros y los jefes de servicio cuya mantención en los cargos que ostentaban era cada día más insostenible. Si consideramos la magnitud de la crisis así como la entrega oficial de propuestas por parte de la Comisión ad-hoc, hace ya dos semanas, el elástico, en lo que respecta al Jefe de Impuestos Internos, se estiró al máximo. Mantenerlo más tiempo en su cargo era impresentable y su caída, después del mea culpa del Ejecutivo, era -salvo mediación de algún arrebato esquizofrénico- previsible.
El jefe de Servicio, sin duda, estaba en la primera línea de fuego. No obstante su remoción, nada dice que tiene que haber sido necesariamente el último en caer. El Ejecutivo que descorchó cuando se destapó el Caso Penta fue sorprendido, al decir de Putin, por el “efecto boomerang”. Aún se verá si la advertencia del jefe de estado ruso a Occidente por las sanciones aplicadas a raíz de la crisis de Ucrania -atizada por él mismo- se materializa, aunque nada parece indicar que será así. En Chile, en cambio -esto sí es una certeza-, el “boomerang” volvió antes de lo previsto y con una fuerza inusitada a azotar las huestes gobiernistas.
La afirmación de que la corrupción “llegó para quedarse” no es necesariamente alarmista y es mejor tomarse los peligros del flagelo en serio. Lo anterior exige explicaciones a las preguntas más básicas: ¿qué pone en riesgo y qué destruye la corrupción? Las respuestas son, sin duda, múltiples. Es un lugar común decir que primero corroe las instituciones y la confianza y que finalmente destruye el tejido social y la democracia. Son poderes fácticos los que terminan operando.
Desde una perspectiva global hay, entre otras, dos experiencias que vale la pena mencionar. Un caso es el de Italia, donde la corrupción institucionalizada, a través de un clan mafioso que ha hechado raíces, es virtualmente imposible de desarraigar. Italia, sobre todo el sur, lleva 100 años en eso y los efectos son conocidos: depresión económica y pobreza de la población, servilismo a los clanes mafiosos y la peor violencia imaginable. Roberto Saviano lo muestra con meridiana claridad en su espeluznante “Gomorrha”. Es, sin duda, un caso extremo, pero merece ser tomado en cuenta. El segundo es el de países africanos o asiáticos que se ubican en la parte más baja de los índices de percepción de corrupción. Ahí donde campea la corrupción campea la pobreza. No por nada se instalan en las últimas posiciones Somalía, Afganistán, Sudán y Corea del Norte. Venezuela se acerca a este grupo. El pago de coimas en vez de competitividad transparente, regímenes dictatoriales en vez de institucionalidades y sociedades robustas y probas son, entre otros, caldo de cultivo ideal. Que nuestras autoridades, tanto ejecutivas y legislativas como regionales y comunales, tomen nota de los resultados de la degradación sostenida en el tiempo.
Tomás Villarroel
Investigador Fundación P!ensa.
1 comentarios:
"Mal de muchos, consuelo de tontos."
Recuerdan ese dicho? Hoy calza más que nunca.
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