¿DE REPÚBLICA ADMIRADA A REPÚBLICA DE OPERETA?
Casi en la misma medida en que aumentó en estos días el caudal patrimonial del primogénito de la Presidenta, disminuyó el caudal político de ella.
El desprestigio de la clase política y el escepticismo ciudadano ante las instituciones de nuestra democracia han alcanzado niveles inquietantes, pero aún no tocamos fondo ni llegamos al punto de no retorno. Por eso todavía algunos abrigamos la esperanza de que sea posible recuperar terreno y volver a ser una excepción regional, un país respetado entre vecinos de complicadas credenciales democráticas y de sonados fracasos económicos. Para ello urge un esfuerzo conjunto de la clase política -¿de quién si no?- porque hoy corremos el riesgo de pasar de una república respetada a una república de opereta. El país está herido, pero sus heridas aún no son necesariamente mortales.
Los casos Penta y el Nuera-Gate, por no mencionar otros de reciente ocurrencia y algunos que comienzan a aflorar a la luz pública, le clavaron al prestigio y la institucionalidad de Chile dolorosos banderines en el lomo. El país sangra ante la consternación, irritación e impotencia de una ciudadanía que le pasa la cuenta a todos los políticos por igual. Aquí no hay empate ni vencedores. Hay sólo un gran perdedor: Chile. Aquellos que alegan a favor o en contra de la teoría del empate para no admitir su propia responsabilidad aún no se dan cuenta que desde hace semanas los chilenos no hacen diferencia entre los escándalos de uno u otro sector. Lo que está ocurriendo atenta contra la sustancia misma de la república, y recuperarla no será fácil. La confianza se construye a lo largo del tiempo, pero se desmorona en un día.
Lo que más ha sorprendido al país es el escándalo Caval-Dávalos, pues salpica a la Presidenta. Esto se debe a que parlamentarios hay muchos, pero Presidente uno solo, y la presidencia encarna lo que nos une e identifica al más alto nivel en términos políticos como nación. La gente no olvida con facilidad que al comienzo del caso Caval-Dávalos, el gobierno ejerció una defensa cerrada del hijo de la Mandataria, el que tardó demasiado en dejar La Moneda, y se marchó pidiendo perdón a su madre y al gobierno, mas no a los chilenos pese a que lo que hizo fue manchar a una institución clave de nuestra vida republicana.
Tampoco creo que la opinión pública vea con buenos ojos que ante el mayor escándalo experimentado en democracia por La Moneda, la Mandataria no interrumpiera al menos brevemente sus vacaciones para dar a conocer su opinión ante los chilenos, y que al regreso del descanso no hiciese una autocrítica por haber entregado a su hijo el cargo en palacio, pese a que desde un inicio hubo fuertes voces críticas de izquierda que desaconsejaron el nombramiento por el vínculo del primogénito con los negocios. Las encuestas y la temperatura ambiente indican que la Presidenta perdió en forma dramática –al menos temporalmente- apoyo ciudadano, algo delicado en una etapa en que el país afronta radicales reformas estructurales, los parlamentarios cuentan con 12% de aprobación y nos hostigan países vecinos.
Hay otros factores que cuesta aceptar: por ejemplo, que la Mandataria se haya dado cuenta de la operación de Caval a través de la prensa. Cuesta imaginar que haya familias socialistas en Chile donde no sea tema conseguir con una empresa de 10 mil dólares de capital un crédito por 10 millones de dólares para una operación que, en 60 días, arroja 15 millones de dólares. A partir de ahora cada vez que el oficialismo hable de que lucha por la igualdad y emparejar la cancha, contra los privilegios sociales y los poderosos de siempre, los chilenos tendrán el derecho a reaccionar con una mueca de ironía o dolor, con escepticismo o sospecha, y con la amarga convicción de que una cosa es la retórica de la política y otra la política, con la triste convicción de que la política trata de intereses ocultos ante los ojos del ciudadano corriente. Si el oficialismo insiste en su discurso igualitario y redentor como si nada después del caso Caval-Dávalos, estará marcándose un autogol de media cancha.
Casi en la misma medida en que aumentó en estos días el caudal patrimonial del primogénito de la Presidenta, disminuyó el caudal político de ella. Y en la misma medida en que avanzan investigaciones sobre la relación entre el dinero y las campañas políticas, disminuye la confianza de los chilenos en los políticos. Chile no puede seguir así, dividido, polarizado, con una economía con problemas y escándalos políticos que enlodan a la clase política y también al empresariado, una tensión en donde pagan justos por pecadores, y cosecha el populismo.
Se hace urgente que los políticos encuentren vías para rescatar las formas de hacer bien las cosas y recuperar el sentido original de la política como servicio público. Me temo que a estas alturas ya no basta con que los parlamentarios acuerden pedir perdón a la ciudadanía y establezcan bases para el inicio de una nueva etapa. Tampoco se ve que la Mandataria, después de su tardía reacción frente al Nuera-Gate, esté en condiciones de liderar un esfuerzo en ese sentido. Enfrentamos, por lo tanto, una delicada erosión de la institucionalidad democrática. Urge explorar formas conjuntas y suprapartidarias para que la población empiece a recuperar la fe en la política. Tal vez el impulso inicial debería venir de los ex Presidentes de la República. En estos momentos ellos debieran alcanzar un consenso y hacer oír su voz desde la experiencia, la unidad y la autoridad que poseen.
Roberto Ampuero, Foro Líbero.
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