MAL BLINDAJE.
Dos semanas después de que estallara el escándalo, la estrategia de blindaje a Bachelet hace agua por todos lados. La Presidenta está ahora más inmersa en la polémica que hace dos semanas. Tanto las declaraciones de Dávalos Bachelet como las de la propia Presidenta solo han ayudado a empeorar las cosas.
La significativa caída en la aprobación presidencial de Michelle Bachelet demuestra la falla estrepitosa de la estrategia de blindaje que implementó el equipo político de La Moneda. En vez de salir a dar la cara y enfrentar el problema que le generó las aventuras empresariales de su hijo, Bachelet permaneció alejada de la coyuntura, de vacaciones. Cuando finalmente dio la cara, no despejó legítimas dudas sobre qué tanto sabía respecto de los negocios de su hijo y por qué no se interiorizó más sobre los mismos antes de nombrarlo al cargo simbólico de primera dama.
Aunque intentó separar aguas entre los negocios del hijo y la imagen de la madre, el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, se compró la responsabilidad de haber coadyuvado en la caída en la aprobación de Bachelet. Porque no logró que la Presidenta entendiera que este era un problema mayor o porque él mismo no vio el tsunami que se venía, Peñailillo ahora pagará las consecuencias de ser el escudero y favorito de una Presidenta que parece estar perdiendo ese toque mágico que tenía con la ciudadanía.
Cuando estalló el escándalo, el gobierno estaba de vacaciones. Una vez más, un tsunami golpeó sorpresivamente a un equipo de gobierno que se confía demasiado en la privilegiada relación que tiene Bachelet con la ciudadanía. Pero como incluso los presidentes más populares a veces pierden su encanto, la tardía y lenta reacción del gobierno contribuyó a que la crisis escalara hasta convertirse en el peor tropiezo que ha experimentado el gobierno en sus 12 meses en el poder.
Cuando el ministro del Interior entró al ruedo, subrayó sus discrepancias con el primogénito de Bachelet en vez de especificar cuál era la postura del gobierno respecto al tráfico de influencias y a las relaciones carnales entre el servicio público y los negocios. Ya sea porque el ministro del Interior no habló con Bachelet sobre este asunto o porque su postura discrepaba de la postura de la Presidenta, la opinión pública no supo qué pensaba Bachelet sobre los lucrativos negocios de su hijo. Preocupado de proteger a la Presidenta, pero sin dimensionar lo potencialmente riesgoso de este escándalo, Peñailillo buscó separar aguas entre Bachelet y Dávalos Bachelet. Pero como el primogénito lleva el apellido de la madre, y como la madre lo nombró en un puesto de su exclusiva confianza, la estrategia no funcionó.
La renuncia de Dávalos Bachelet no ayudó a tranquilizar las aguas. Porque el primogénito renunció sin dar explicaciones y porque su mea culpa dejó más dudas que respuestas, el alejamiento de Dávalos escaló la crisis. La Nueva Mayoría en pleno debió pronunciarse. No tardaron en aparecer cuestionamientos éticos a Dávalos Bachelet y los cuestionamientos políticos a la Presidenta por haber tomado la decisión de nombrarlo respondiendo más a la condición de madre que de primera mandataria.
Como las aguas no aquietaban, la propia Bachelet finalmente debió abordar el tema. Pero como esperó volver de vacaciones y como la Presidenta no estuvo dispuesta a hacer un mea culpa ni por los negocios del hijo ni por su decisión de nombrarlo al cargo de “primer damo”, parece poco probable que la declaración de Bachelet el día de ayer cierre el tema. Como Bachelet no estuvo dispuesta a contestar varias legítimas preguntas de la prensa, el tema seguirá abierto. Si bien eventualmente bajará la presión, el daño sobre la imagen de Bachelet y sobre el mensaje de su gobierno de querer combatir la desigualdad quedará irremediablemente manchado por el accionar del primogénito de la Presidenta.
Después del verano de 2007, para poder salir a flote después de la crisis producida por la implementación del Transantiago, Bachelet reconoció que una vocecita en su interior le recomendaba no haber implementado el Transantiago. Esta vez será difícil usar la misma estrategia para salir del enredo de haber nombrado a su hijo. Felizmente para Bachelet, el escándalo Nueragate es de una magnitud sustancialmente menor al del Transantiago. Pero el efecto sobre la aprobación de Bachelet y sobre la credibilidad de su mensaje de lucha contra la desigualdad no será trivial.
Dos semanas después de que estallara el escándalo, la estrategia de blindaje a Bachelet hace agua por todos lados. La Presidenta está ahora más inmersa en la polémica que hace dos semanas. Tanto las declaraciones de Dávalos Bachelet como las de la propia Presidenta solo han ayudado a empeorar las cosas.Precisamente porque la Presidenta deberá seguir pagando costos políticos por los desaciertos políticos de su hijo, y por su propia obstinación en nombrarlo a un cargo de confianza personal, pronto comenzarán las acusaciones sobre quién fue responsable de haber permitido que se llegara a esta situación. Como el rostro público de la estrategia de blindaje ha sido el ministro del Interior Rodrigo Peñailillo, los dedos pronto apuntarán al hombre de más confianza de la Presidenta en el gobierno.
Patricio Navia, Foro Líbero y académico Escuela de Ciencia Política UDP.
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