EN NOMBRE DE LA REVOLUCIÓN.

Tal como se presumía, el cabro que murió de un bombazo en el barrio Yungay, solo iba pasando por ahí, cuando de repente… ¡PUM!. Y cagó no más. Estos son los costos de la desidia y la complicidad política con jóvenes idealistas-anarquistas-marxistas con chipe libre. Probablemente en un par de días el gobierno encontrará algún otro testigo que hociconee en contra de Labbé a cambio de una “modesta” pensión de torturado, y se termina el problema. Todo tiene solución…dicen.

Fanáticos hay en todas partes, no se explica de otro modo la idea de crear el paraíso terrenal dejando mochilas con bombas en plena calle y en medio de la oscuridad, para que cualquier curioso vuele por los aires en nombre de un mundo más justo, transversal, progresista, y por supuesto, gratuito.

Los que no se pronuncian sobre la muerte del cabro son los colorados. Ahora callan. El muerto no es de los suyos, aquí no caben pancartas alusivas al bombazo, huelgas de hambre, emplazamientos a la UDI, ni performances culturales inspiradas en la explotación del hombre por el hombre, todo en el “contexto de los movimientos sociales”.

Siempre me he preguntado la razón por la que estos delincuentes colocan bombas en sectores pobres y de clase media, en lugar de hacerlo en alguna esquina de la comuna de Vitacura justo en frente de un edificio con departamentos de 400 metros cuadrados con vista a Zapallar y Valle Nevado, todo al mismo tiempo; después de todo, dicen luchar en contra del capital internacional y la oligarquía rancia.

Tal vez no lo hacen por temor a matar a alguno de sus jefes y/o financistas mientras salen a trotar en la mañana o a alguno de sus hijos que pasea la nana mapuche o peruana puertas adentro y con delantal a cuadritos. Casi todos los antiguos revolucionarios reconvertidos en los ’90 en burgueses y progresistas de día domingo son vecinos de la comuna desde que “Chile recobró la democracia”. 

Máximo.