OTRA EFEMÉRIDE TERGIVERSADA.
Con cada solsticio de invierno, los pueblos originarios precolombinos celebran su año nuevo. Como es lógico, a esta celebración se suman desde curiosos que desean presenciar un “evento peculiar” hasta quienes se aprovechan de ésta con fines políticos, muy bajos por lo demás. Sin embargo, saber cuál es el real significado de este año nuevo y cuán importante es, no se trataría de un hecho anecdótico, sino de uno que vale la pena abordar en momentos en que el mal llamado “conflicto mapuche” alcanza niveles dantescos.
Lo primero que debemos considerar es que, por ser Chile una sociedad pluralista, puede haber tantas festividades de año nuevo como personas dispuestas a celebrarlas; todas legítimas, pero no todas con fundamento.
Otro punto importante es que este año nuevo consiste en una festividad de los pueblos originarios precolombinos, no originarios a secas. Nuestros pueblos originarios no son sólo indígenas de la América precolombina, sino también indígenas de Europa. Indígena significa “originario”, nada que ver con “indio”, que también sería un término mal usado, pues, “indio” originariamente se refería al Indostán. Dicho esto, se debe diferenciar entre el Año Nuevo de origen europeo y el Año Nuevo precolombino.
Para nada debe sorprender la tendenciosa utilización propagandística que el neomarxismo hace de esta efeméride. Es una gran oportunidad para poner una cuña entre los integrantes de nuestra sociedad y para realizar peticiones cada vez más impracticables, cosa de mantener vigente el mal llamado “conflicto mapuche” -su rentabilidad política y económica así lo exigen-.
No obstante lo antes dicho, también se puede usar esta festividad para desarmar la postura neomarxista sobre el indigenismo, creada con un fin específico. De partida, los mapuches, en su inmensa mayoría, se sienten mapuches y a la vez chilenos, lo que no es contradictorio en lo absoluto, ya que se puede tener dividido el corazón: por ejemplo, si alguien proviene del norte, se puede sentir nortino y chileno sin que por ello cometa un error. Además, correspondería a una complementación y no a una contradicción; las personas se pueden relacionar con las entidades sociales de mayor magnitud a través de entidades más pequeñas, es decir, el sentirse mapuche, nortino o lo que sea representaría una forma de vincularse con nuestro Chile, sería simplemente el punto de partida de sentires que convergen en una entidad superior que sirve de ente aglutinante. Es en el entorno diario donde se crean los lazos afectivos y culturales y el sentimiento de pertenencia. Debemos considerar este fenómeno para entender correctamente el motivo por el cual el indigenismo neomarxista insiste en levantar como bandera de lucha la mal llamada “causa mapuche”, que a su vez es el sustento del “conflicto mapuche” y de todo el daño que éste causa. De no ser así, podemos inclusive terminar viendo nuestra patria literalmente fracturada.
Este fenómeno del sentimiento de pertenencia al Estado de Chile está tan en contradicción con la “causa mapuche” que la casi totalidad de los mapuches se ve perjudicada con el terrorismo de los activistas de ésta. Signos de dicha realidad son que la mayoría de los mapuches vive en Santiago -el doble que en La Araucanía- y que, en la zona del conflicto, el sector político más votado sea precisamente el que más rechaza a la mencionada “causa” y sus métodos.
El peligroso avance del indigenismo neomarxista queda de manifiesto en un hecho descaradamente contradictorio: muchas personas izan el Pabellón Nacional junto con la bandera supuestamente del pueblo mapuche. Esto es una contradicción absoluta porque ambas representan significados distintos y abiertamente contrapuestos. La bandera de la mal llamada “causa mapuche” simboliza el desmembramiento de nuestra patria, la división de los chilenos, mientras que el Pabellón Nacional nos une. Con esto, presenciamos un gran logro del neomarxismo, a saber, legitimar un símbolo que divide; tal ha sido su legitimización que, en 1993, fue reconocida por el Estado chileno mediante la Ley Indígena. Luego ha sido adoptada por varias comunas que la izan junto a nuestro pabellón y a la bandera de la localidad respectiva.
La bandera antes mencionada es muy cuestionable como tal por su origen y por su diseño. En 1991, el Consejo de Todas las Tierras llamó a un concurso para diseñar la bandera de la nación mapuche; la bandera en cuestión es fruto de dicho concurso. Al respecto cabe preguntarse cuán representativa es esta bandera si sólo responde al punto de vista de una organización, considerando que hay 3.213 comunidades y 1.843 asociaciones indígenas, siendo mapuches la inmensa mayoría. También hay que considerar que los mapuches han tenido varias banderas anteriores a ésta, es decir, quién determina y por qué que esta nueva bandera sea la más representativa.
La primera mención a un emblema mapuche la hace Ercilla en 1569, lo describe con los colores blanco, azul y rojo. Durante el siglo XVIII, hay crónicas que hablan de dos banderas, ambas con la estrella de ocho puntas como elemento central y sin el kultrún, o sea, nada más alejado del pabellón de la denominada “causa mapuche”. Todos estos emblemas, por su antigüedad y su origen no manipulado, son per se más representativos que el usado hoy en día.
En cuanto a su diseño, la bandera “actual” tiene un punto muy débil: el kultrún que está en su centro no tiene la Guñelve. La Guñelve es la estrella de ocho puntas, un símbolo sagrado, se le reemplaza por una de cinco puntas; tampoco tiene los soles de cuatro rayos gamados. Si se busca en cualquier publicación anterior al surgimiento de la “causa mapuche”, se puede constatar que el kultrún tiene los símbolos mencionados, los dos o, al menos, uno. Esta estrella representa a Venus, muy importante en la cosmogonía mapuche, al igual que el Sol. No deja de ser “curioso” cómo este diseño de bandera tergiversa la tradición y creencias mapuches.
También cabe referirse a la cuestión de la “nación mapuche”. ¿Existe verdaderamente esta entidad? Los mapuches nunca han formado una entidad unitaria propiamente tal -aun cuando culturalmente, sí-, de hecho, ni siquiera su nombre ha permanecido en el tiempo. El término “mapuche” es de alrededor de 1.760, es decir, en un comienzo se veían a sí mismos de una forma distinta a la actual. Antes usaban otros nombres, el más importante fue “reche”, este término significa “gente verdadera” y pretendía marcar la diferencia entre los habitantes auténticos y los extranjeros. Con la llegada de los españoles, los reches empezaron paulatinamente a autodenominarse “mapuches”, es decir, “gente de la tierra”, así denotaban su pertenencia a la tierra que habitaban.
Resulta importante reflexionar sobre estas cuatro dimensiones de la “cuestión mapuche”: la forma en que los mapuches se integran a la sociedad chilena; cómo les afecta un conflicto artificial inventado con fines destructivos; cómo demostrar que los activistas de izquierda están tergiversando la historia y la cultura mapuches, y definir qué significa o significaría la “nación mapuche”. Si no podemos sacar conclusiones correctas y actuar en consecuencia, la unidad de nuestra patria corre un grave peligro, pues, la escalada de violencia podría aumentar, dejando muchos damnificados; ejemplo de esto son las escuelas, empresas e iglesias quemadas, también los asesinados. No es casualidad que, mientras el resto del país mejora sus condiciones de vida, La Araucanía esté más pobre cada día.
Joaquín Muñoz L.
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