BEATRIZ SÁNCHEZ Y SU INCOHERENCIA DE SU DEMOCRACIA.
La figura de Beatriz Sánchez, precandidata presidencial del Frente Amplio, ha generado adeptos de manera sorpresiva en el último tiempo. Su repentina irrupción en la carrera presidencial ha motivado a más de alguno que veía con poca esperanza el posicionamiento de un referente capaz de cuestionar a la Nueva Mayoría y a la derecha, desde la izquierda que creíamos con escasa fuerza en nuestro país hasta hace pocos años.
Sin embargo, esta precandidatura arrastra serias dudas. Más allá de las diferencias ideológicas, a muchos llama la atención la incoherencia, escasa visión de Estado e inconsistencia que hay en el centro de su discurso, el cual, en palabras de algunos, no sería más que un catálogo de problemas con el que no sería difícil estar en desacuerdo. Así, algunos vemos con suspicacia que Beatriz Sánchez sea capaz de darle gobernabilidad a un país en que la tensión interna aumenta cada día más, especialmente en tiempos en que la política está sumergida en un pantanoso descrédito.
De este modo, el principal problema de su liderazgo no radica en la manera en que implementará –o financiará─ su programa de gobierno, sino en las incoherencias que acompañan a su discurso, aspecto por el que se torna razonable cuestionar su capacidad para darle estabilidad a un país donde los conflictos políticos se han vuelto parte del día a día.
Estas incoherencias de Sánchez se manifiestan, entre otras cosas, en la incapacidad de manifestar su opinión de forma clara en numerosas intervenciones. Un ejemplo de ello es su valorización de la democracia como un elemento crucial para el ejercicio de derechos fundamentales y su constante negativa a reconocer la existencia de actos terroristas en La Araucanía. Resulta llamativa su incapacidad para llamar a las cosas por lo que son, al mismo tiempo que se reviste como una candidata que está por la revalorización de la democracia. Sánchez ignora que su actitud implica desconocer que el problema en la zona no es de mera violencia, sino que, por el contrario, de un conflicto de carácter político relacionado con la convivencia interna del país, aspecto en el que “lo democrático” juega un papel primordial.
Así, por ejemplo, negar que el atentado al matrimonio Luchsinger-Mackay efectivamente corresponde a un acto terrorista, no sólo implica ignorar la realidad, sino que socava el liderazgo de Sánchez en orden a ofrecerle al país un escenario tranquilo en el que se pueda ejercer una sana democracia, en la que prime el derecho antes que la fuerza. Es lógico exigirle a quien quiera ejercer como jefe de Estado que trascienda a la coyuntura política del momento y que se vuelque a ofrecer medidas que logren reconciliar dos posturas enfrentadas, especialmente cuando una de ellas reivindica la violencia y el terror como un medio legítimo para hacer política.
Por otra parte, es evidente la inconsistencia que presenta un discurso marcado por el fortalecimiento y la expansión de los derechos, pero que es incapaz de pronunciarse con fuerza sobre la terrible situación que vive el pueblo venezolano. La candidata del Frente Amplio, al tiempo que insiste en negar la existencia de una dictadura en Venezuela, aumenta la incongruencia en su discurso. ¿No llama la atención que quien presuma del interés por democratizar espacios no critique un régimen que lo que hace es precisamente restringirlos? ¿Cómo puede triunfar la democracia si no hay vías democráticas que permitan el ejercicio de derechos políticos, ya sea para participar en elecciones como para ejercer ciertas libertades mínimas? Quien quiera dirigir nuestras relaciones exteriores debe entender que esto no es sólo un problema de rótulos, sino de la necesidad de ejercer un liderazgo que asuma un compromiso con el Estado de derecho en el plano nacional e internacional.
Por lo anterior, el temor de algunos sobre la manera en que Beatriz Sánchez financiará sus propuestas es una parte importante del análisis, pero no la única. El problema de Sánchez no es una cuestión de política pública, sino de coherencia y gobernabilidad. No es un problema de rótulos, sino un problema de realidad. Sus negativas demuestran que la izquierda que ella representa suele ser incapaz de dar estabilidad real a los países que gobierna.
Pablo Valderrama, director de Formación de IdeaPaís.
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