lunes, agosto 20, 2018

EL MUSEO DE LA MALA MEMORIA.

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Si cualquier individuo con mediano interés consultase la definición de las palabras antes de exteriorizar su fobia ideológica, se hubiese ahorrado su rabia por las expresiones vertidas por el historiador y escritor Mauricio Rojas el 2016 sobre el mal llamado Museo de la Memoria.
En esa oportunidad, sin detentar cargo alguno, siendo un ciudadano común y corriente con derecho a la libre expresión, como se lo garantiza la Constitución, Rojas comentó que dicho museo “es un montaje”, porque -a su juicio- encapsula mañosamente una sola parte de la historia política del país.
Tiene razón Rojas. La primerísima definición de museo que hace la Real Academia Española de la Lengua (RAE) consigna que es “un lugar en que se conservan y exponen colecciones de objetos artísticos”. En una especificación complementaria, la RAE aclara que es “sin fines de lucro”.
El Museo de la Memoria fue una creación del comunismo para exhibir fotos y documentación de las peores prácticas del régimen militar. No se trata de arte ni, menos, de interés general, por ser una exposición antojadiza y parcial de la historia política del país, con más características de propaganda que de exposición.
Es una entidad privada, con directiva propia y autogestionada, sin vínculo alguno con la DIBAM (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos), pero se financia con recursos públicos, incluso con los impuestos pagados por quienes son denostados y agraviados en dicha muestra. Los ingresos del personal son superiores a los funcionarios de museos públicos.
Si efectivamente se tratase de un museo de “la memoria de terrorismo político”, en sus muros debieran aparecer las víctimas de los crímenes cometidos por la izquierda, y sin represión de por medio, esto es, en plena democracia.
Recordemos a algunos a quienes la izquierda omite, pese a haber sido asesinados a sangre fría en democracia: (1971) ex ministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic, y cuyos autores del VOP (Vanguardia Organizada del Pueblo) fueron indultados por Salvador Allende; (1973) Edecán Naval Arturo Araya; (1996) sindicalista Simón Yévenes; (1991) senador Jaime Guzmán, sin ninguno de sus asesinos preso en Chile; (1971/1973) cabos de Carabineros Luis Fuentes, Armando Cofré, Exequiel Aroca, detective Gabriel Rodríguez y subteniente de Ejército Héctor Lacrampette, y (2007) cabo Héctor Moyano, uno de cuyos asesinos del Grupo Lautaro acaba de ser dejado en libertad.
Si los deudos de las víctimas del extremismo quisieran levantar su propio museo para recordarlas, no tendrían financiamiento fiscal, no podría ser ostentoso como el de los comunistas y, de seguro, a las horas de inaugurarse sería apedreado, saqueado o incendiado.
Éste, el de los marxistas, es fruto del más satánico de los dogmas de la izquierda: borrar de su memoria los crímenes propios y, en lo posible, elevar a héroes y próceres a sus promotores del odio y, lo que es peor, a autores de genocidios y asesinatos. Con sus propias manos, el ícono de la libertad, Ernesto “Che” Guevara, ejecutó a 109 cubanos por disentir de la dictadura castrista.
Este archivo que criminaliza al régimen militar se instaló para esconder los mil días de la Unidad Popular, el gran germen del odio entre hermanos, el que, lamentablemente, hasta hoy continúa vigente.
La izquierda eliminó de su lenguaje la arenga de Salvador Allende en cuanto a que “si el pueblo quiere armas, ¡armas tendrá el pueblo!” o su obsecuente reconocimiento de que la Unión Soviética -feto del más cruel genocida que recuerde la historia, Stalin- “es nuestro hermano mayor”.
Es increíble la soberbia con que actúa la izquierda, y no sólo la chilena, sino es también asombroso cómo los demócratas del planeta aceptan que continúe imponiendo la ley del garrote, como si estuviese en su hábitat natural de la Cortina de Hierro.
Amenaza al Estado de Derecho chileno con una acusación constitucional contra ministros de la Corte Suprema porque no le agradó un fallo, pero se soba las manos con los centenares de encarcelaciones decretadas por el mismo tribunal contra sus adversarios políticos. Ahora, con una desvergüenza descomunal, consiguió que el Gobierno se deshiciera del recién asumido ministro de la Cultura, Mauricio Rojas, por su ‘delito’ de haber dicho el 2016, cuando no lo conocía nadie, que el Museo de la Memoria “es un montaje”, una verdad del porte de un buque.
¿Qué esperaban que dijera un exiliado extremista arrepentido que vivió en carne propia la sordidez y oscuros métodos de la izquierda? Obviamente, para sus cabecillas y ‘tontos útiles’ que la escoltan, había que eliminarlo de la faz de la tierra por “traidor”..
El historiador, escritor y ministro por 48 horas, como cualquier otro ciudadano hizo uso de su libertad de expresión dos años antes de serlo. Pero ésta, la izquierda nunca la ha respetado cuando sale de la boca que no sea la de uno de los suyos.
La izquierda logró voltear a un converso y ahora irá por el otro. El Gobierno tendrá que cruzarse de dedos para que al arrepentido, ex guerrillero castrista, el ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Ampuero, no se le ocurra hablar…
Voxpress.cl

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